Deberíamos no sólo tratar de asegurar la salvación eterna, sino también, crecer en un auténtico amor a Dios, de no ofenderlo en lo más mínimo.
Debemos evitar las imperfecciones, que no son pecado propiamente dicho, y además evitar lo peligroso, todo aquello que puede llevar al pecado.
1. Las imperfecciones.
Son sobre todo aquellos actos que objetivamente serían pecados, pero subjetivamente no lo son. No lo son, porque falta: o la clara noción (entendimiento) del pecado, o el libre consentimiento (voluntad) para el pecado. Se dan entonces dos tipos de imperfecciones: por descuido y por voluntad debilitada. Vamos a ver brevemente los dos tipos, porque el camino de superación es diferente.
1.1 Imperfecciones por descuido. Se dan cuando en el momento de cometerlas no soy consciente de ello, p.ej. cuando digo nombres santos en vano, o cuando miento exagerando las cosas. Recién después me doy cuenta de lo que hice. ¿Qué puedo hacer para superar este tipo de imperfecciones?
Cuando descubro una de estas fallas en mí, debo empezar una campaña de concientización, analizando en qué momentos y oportunidades caigo y cultivar la actitud o el valor contrario positivo. Lo que complica el asunto es que muchas veces detrás de estos descuidos actúan sentimientos o afectos no encauzados ni purificados.
1.2 Imperfecciones por voluntad debilitada. La voluntad no logra evitar o dominar las imperfecciones, p.ej. impaciencia, ira, depresión. Por lo general, influyen entonces fuertemente los instintos, muchas veces incluso desde la zona del subconsciente. No es suficiente luchar con la voluntad en contra de estas imperfecciones.
Toda la vida instintiva y subconsciente tiene que ser ordenada e integrada, para poder superar este tipo de imperfecciones.
Importantes para esta lucha son las motivaciones, tanto éticas (autodominio) como religiosas (progreso espiritual, fecundidad apostólica, heroísmo).
Además de la lucha ascética existe todavía un camino complementario para superar las imperfecciones: el camino del amor. Se basa en la fuerza asemejadora y transformadora del amor.
Recordemos la frase de S. Agustín: “¡Ama a Dios y haz lo que quieras!” Es decir, el amor nos protegerá del pecado y nos hará más conforme con Dios. En ese camino, la liberación de las imperfecciones es una consecuencia, un fruto del amor. Al crecer nuestro amor, crece también la integración de nuestras fuerzas instintivas y afectivas. Estos dos caminos ‑ el amor y la lucha ascética ‑ han de unirse entonces para lograr la liberación de las imperfecciones.
2. La liberación de lo peligroso.
El hombre puede estar decidido a no pecar más. Pero a la vez está, tal vez, dispuesto o inclinado a ir hasta el último límite de lo permitido. Con ello quiere pasar por alto, consciente o inconscientemente, la atracción de los estímulos peligrosos Pero cuando el anhelo humano se pone en movimiento tras algo, es difícil frenarlo justo en el punto donde empieza el pecado.
Quien juega con fuego, tarde o temprano se quema. La solución es, entonces, desistir de todo lo peligroso sin excepción. En esa disposición a evitar todo lo peligroso consiste un nuevo avance en la lucha contra el pecado. La voluntad de renunciar se amplió. El hombre tiene que privarse de más cosas. El sacrificio se hace más pesado. Pero los frutos de esa lucha también son mucho más grandes y duraderos.
Preguntas para la reflexión
- ¿Soy consciente de mis imperfecciones?
- ¿Acostumbro a jugar con fuego?
- ¿Qué propósito podría tomar en este campo?
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