Por Sarah Zagorski
Ésta es una historia que no quisiera contar. Me gustaría borrarla de mi memoria para siempre. Sin embargo, entiendo que debo contarla porque es la verdad y la verdad, hoy en día, resulta impopular.
No fui planeada ni tampoco querida. Mi madre biológica tenía un hermoso corazón pero sufría de esquizofrenia y desorden bipolar. Cuando quedó embarazada de mí ya tenía siete hijos y vivía en condiciones miserables. No estaba preparada para recibir a otro retoño. La situación en la que se encontraba era enormemente complicada. No era blanco o negro. Para empeorar todavía más las cosas, mi padre biológico no me quería para nada. Era médico y tenía su propia familia. Le aconsejó a mi madre que abortara. Ante aquel panorama, ¿no era lo más sensato? Para nuestra sociedad pro abortista, sería el camino correcto. Veamos porqué.
Si se me hubiera permitido nacer habría sufrido mucho: pobreza, abandono y abusos de todo tipo. Mi vida sería una auténtica tragedia. ¿Cómo puede alguien permitir una vida así? Seamos honestos: nadie quiere a un hijo con un historial así. Mi futuro resultaba desolador.
A mis 25 años, cuando vuelvo la vista atrás, puedo afirmar que algo hay de verdad en todo este panorama que he descrito. Pero estoy aquí y la historia que voy a contar es una historia de esperanza.
El embarazo de mi madre fue difícil, física y emocionalmente. Resultó muy duro cuando se planteó el tema del aborto. En el pasado ella ya había sufrido algún aborto y lo lamentaba profundamente. Se encontraba, pues, en un momento que muchas mujeres experimentan: una sensación de miedo y confusión. Decidió acudir a un abortista porque sabía que se trataba de un médico barato y que podía ayudarla. A día de hoy todavía no sé si buscaba un aborto o, simplemente, ayuda médica; pero lo que sí tengo claro es que el abortista no tenía la intención de dejarme vivir.
El médico provocó el parto a los 6 meses y medio de gestación (26 semanas). No respiraba y le dijo a mi madre que, si sobrevivía, sería como un vegetal, incapaz de llevar una vida normal. Le aconsejó que lo mejor sería dejarme morir. Mi vida estaba en sus manos y él pensaba que tenía el derecho de decidir mi futuro.
Pero mi madre dijo: «no». Cuando me vio no pudo permitir que se me dejara morir. Reclamó inmediata asistencia y fui conducida a una zona de nacimientos traumáticos en Nueva Orleans, donde estuve hospitalizada hasta que tuve la fuerza necesaria para ir a casa. Sin embargo, aquello fue sólo el inicio de un camino tortuoso.
Llevaba poco tiempo en casa cuando el Departamento de Infancia y Familia empezó a investigar a mi familia. Trabajadores sociales se personaron para encontrar despensas vacías, mobiliario roto y padres ausentes. A causa de la deplorable situación del hogar, mi madre perdió la custodia de sus hijos más pequeños y fuimos introducidos en un programa de acogida.
Tenía año y medio cuando fui adoptada por Ron y Robbie Jones. La pareja no tenía hijos y deseaban ardientemente ser padres. Aunque yo no estaba diagnosticada como enferma mental, los asistentes sociales advirtieron a mis nuevos padres que tal situación podría suceder debido a mi historial clínico. Les dijeron que recibían mi custodia para seis u ocho meses pero que, en cualquier momento, la madre podía reclamar sus derechos si cambian las condiciones. No les importó. Ellos me querían. Yo no podía imaginarlo entonces, pero ese matrimonio salvó mi vida.
Un parto prematuro, extrema negligencia paterna, una infancia nada alentadora, hasta el punto de poder contraer tuberculosis… Sin tratamiento todo esto habría resultado fatal. Afortunadamente, mis padres adoptivos me dieron un amor inmenso y me atendieron en todas mis necesidades. Gracias a ellos, escapé una vez más a la muerte y Dios permitió que pudiera vivir con los Jones más tiempo del esperado.
Pero con la mejora de la salud vino también la llamada que ellos más temían. Tuve que regresar a mi familia biológica. Aunque mis padres de acogida se habían preocupado enormemente por mi persona yo me sentía dichosa. Los niños siempre aman a sus padres biológicos, incluso cuando la situación pueda ser dolorosa. Tristemente, aunque yo amaba profundamente a mi familia, aquellos fueron los días más oscuros de mi vida.
En mi casa escaseaba la comida. Me consideraba afortunada de conseguir algún bocado de cualquier cosa. Como sólo tenía cuatro años, mis hermanos mayores eran más rápidos y fuertes que yo, así que siempre se quedaban con lo mejor. A lo sumo, conseguía algún pedazo de comida, me escondía en el lavabo con mis hermanos más pequeños y allí comíamos como podíamos. Incluso si la comida estaba sucia o infectado por insectos nos la comíamos: tal era la hambruna que pasábamos.
Sobrevivir en aquella casa era todo un desafío. Pasé la mayor parte de mis días en una habitación que más parecía un garaje lúgubre y oscuro. Todavía puedo sentir el suelo helado pegado a mi espalda y el hedor a orina que llenaba todo el ambiente. Aquella habitación resultó mi mayor pesadilla durante los diez años que viví en ese hogar. Se convirtió en una sala de tortura donde mis abusadores disfrutaban viendo como era capaz de resistir sin dormir, me golpeaban y me ataban a la pared. Me escondía y cuando no podía trataba de olvidar esas pesadillas lo antes posible.
Mis mejores amigos fueron unos juguetes que traje de la casa de mis padres adoptivos pero mis hermanos mayores tampoco quisieron respetarlos.
Si dije que la mía era una historia de esperanza, entonces, ¿por qué comparto estos detalles incómodos y bulliciosos? Porque la industria abortista se enriquece a costa de familias como la mía; venden una mentira a mujeres que sufren asegurándoles que matar a sus hijos será mucho mejor que regalarles un doloroso futuro.
Muchas veces hemos oído repetir: “¿Es cada hijo un hijo deseado?”. La verdad que esconde esta pregunta es que cualquier niño no deseado, y yo claramente lo era, debería ser eliminado. No hay lugar para la esperanza, el cambio o la determinación.
Sin lugar a dudas, yo no sólo no era deseada sino que mi madre tampoco podía hacerse cargo de mí. Éste es un hecho que no puedo eludir. El hambre, el abuso y la falta de atención, no eran realidades abstractas en mi persona o en mi familia. Eran muy reales y han debido pasar muchos años para recuperarme de las secuelas sufridas, aunque esas circunstancias fueron pasajeras.
Hay un grave error en la ideología pro abortista: Sean cuales sean las circunstancias, jugar a ser Dios con la vida de una persona nunca debería ser una opción. Nunca deberíamos cerrar la puerta a nadie a pesar de una situación del todo desafortunada.
Finalmente, regresé a mi hogar de acogida con Ron y Bobbie. Después de un forcejeo entre mis padres biológicos y los adoptivos, me vi sentada a la tierna edad de 9 años en un banquillo del juzgado, donde habría de determinarse mi custodia legal. El juez me formuló la pregunta capital: “¿Con quién preferirías vivir?”. No lo dudé un solo instante y apuntó en dirección a la familia Jones. Después de 7 años y medio los derechos parentales de mi madre cesaron y aquel matrimonio encantador se hizo cargo de mi persona al igual que lo habían hecho años atrás, cuando contaba con solo 16 meses. Se comprometieron a ser mis padres para siempre y me enorgullezco hoy de llamarles papá y mamá.
Dios obró un milagro a través de Ron y Bobbie. Ellos me regalaron una hermosa familia, la oportunidad de sanar el dolor del pasado, una fe cristiana, una educación y un futuro lleno de esperanza. Aunque no haya sido un camino de rosas, me siento afortunada por haber tenido una vida preciosa. Me casé en el año 2011 y me gradué al año siguiente. Me siento muy cercana a mi familia adoptiva y también a algunos de mis hermanos. Desafortunadamente, mi madre biológica falleció el 2012, pero antes de su defunción conseguimos establecer una relación amistosa.
Si la lógica abortista hubiera triunfado, no habría lugar para la esperanza. Si mi madre biológica hubiera permitido que aquel doctor abortista acabara con mi vida, hoy no tendría futuro alguno.
Yo no fui querida, pero esto ya quedó atrás. Hoy, no sólo me siento querida sino profundamente afortunada por poder disfrutar cada segundo de mi vida.
Agradecimientos a Benjamin Clapper, Director Ejecutivo de Derecho a Vivir de Lusiana, Louisiana Right to Life’s, por haber editado mi testimonio y haberme animado a contarlo.
Sarah Zagorski Jones escribió este testimonio para lifenews y nos ha dado su permiso para publicarlo en salvar el 1 (save the 1) y compartirlo.