Es un denominador común en nuestros ámbitos, que en vez de nosotros evangelizar el lugar que visitamos, salimos evangelizados, ya que en nuestro siglo XXI, todavía existen muchos Santo Tomás que necesitan tocar en las llagas de Cristo para creer. Muchas personas que no les basta las imágenes en la tele, tienen que ir hasta el lugar de los hechos para vivir y darse cuenta de cómo es la vida real de nuestro planeta. Quieren comprobar lo que ven en la televisión.
Hace escasos 15 días, un grupo de seminaristas caraqueños, en conjunto con la pastoral juvenil de la ciudad, visitaron uno de los hospitales más concurridos de la capital criolla: El Hospital Vargas.
Uno de los casos más impactantes que encontramos fue el de Susana, una ama de casa que, por muchos años, ha evangelizado su “metro cuadrado” con la Palabra de Dios. Cuando mi persona, junto a otro hermano seminarista nos acercábamos a aquel cubículo 07, sin duda alguna no sabíamos que nos encontraríamos con uno de los testimonios cristianos más vivos que pudimos presenciar.
“Sólo defendía mi fe”, repetía esta amiga cristiana que, postrada en una cama, recién había salido de quirófano tras haber recibido 8 puñaladas por una vecina “no creyente”. Susana nos comentaba su dolor de haber sentido las puñaladas espirituales en su corazón, ya que, compartía, lo más doloroso no fue sentir el cuchillo penetrando su cuerpo, sino, la angustia y desesperación de sentirse al borde de la muerte rogándole a Dios su salvación. Nos relataba que sus minutos pasaban muy lentos hasta llegar al hospital, pero que, en ningún momento, dejo de aferrarse al Dios que denominaba “Papá Dios”. Susana es un testimonio claro de fe cristiana, donde muchas veces, como nos recuerda Mateo 10:22: «serán odiados por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo.»
Comentando con varias personas este caso, no dejaba de rondarnos por la mente la pregunta: “Y si a mí me tocara defender mi fe, ¿Cuál sería mi respuesta?”. Sin duda alguna no podemos darle respuesta a esa pregunta sin encontrarnos de frente con la situación, pero, lo que indudablemente podemos pedirle al Señor, es ser fieles en su amor hasta el final, recordando la célebre frase: sangre de Mártir, semilla de nuevos cristianos.
Entre los testimonios de la experiencia, una joven estudiante de Medicina nos comentaba:
«Nos encontramos casos que te asombran, en especial por la fe que tienen estas personas Dios. Hay enfermos que ya no pueden ni consumir la Sagrada Comunión, si no es con un poco de agua, sin embargo, lloran, abrazan a Jesús en la Eucaristía con mucha fe. Sin duda alguna, a lo largo de mi servicio como estudiante, me he encontrado con Dios en este Hospital».
Sin duda alguna, Dios nos sigue llamando a ser “sacramentos vivos” de su Iglesia; en especial en los ámbitos hospitalarios, donde junto a los enfermos, las familias y personal sanitario, podamos mostrar su ternura y misericordia a través de nuestra persona, nuestros gestos y palabras, aliviando dolores, consolando penas, compartiendo alegrías, y orando con y por los enfermos, y en especial, acompañándolos en el proceso de la enfermedad o de su muerte como paso a la Vida Eterna.
Por Angelo De Simone