El inicio de cada vida humana está marcado por miles de hechos. Algunos felices y serenos. Otros, confusos y dolorosos.
En la historia lejana y cercana, uno percibe el misterio que envuelve la fragilidad humana y las dependencias que explican la propia vida.
Nacemos gracias a otros, vivimos ayudados por otros, damos y recibimos. Un flujo continuo de relaciones nos rodea, mantiene, impulsa.
Porque la vida surge desde la ayuda ajena, también está destinada a apoyar a otros. Una existencia aislada queda empobrecida. Una existencia convertida en donación produce belleza.
Constatar que inicia una nueva vida humana nos llena de alegría. La cadena sigue adelante. Hay esperanza ante esa existencia apenas comenzada.
Lo que luego ocurra, ciertamente, queda envuelto en una nube impenetrable. No sabemos si habrá más alegría que lágrimas, más victorias que derrotas.
Deseamos que el bien domine, que el amor triunfe, que el pecado quede desterrado. Pero al llegar al uso de razón, cada nuevo ser humano escoge su presente y su futuro.
Por eso, ante cada nueva vida humana, elevamos una oración a Dios para que la preserve del mal y la guíe hacia el bien, para que la sostenga en el amor y la rescate con la misericordia.
Ha iniciado una nueva vida humana. Nos toca acogerla con respeto y con cariño, acompañarla en sus primeros momentos, abrirla a horizontes de amor y de esperanza.
Damos gracias a Dios por ese don que embellece el mundo, mientras nuestro corazón y nuestras manos buscan apoyar a ese nuevo ser que ha empezado a recorrer, junto a nosotros, el camino maravilloso de la vida.
Por el P. Fernando Pascual