Afrontar el tema del nacionalismo no resulta fácil, porque la misma idea de nación es compleja, y porque con la palabra nacionalismo unos y otros llegan a entender cosas bastante diferentes, incluso contrapuestas.
Para delimitar estas notas, vamos a fijarnos en un tipo de nacionalismo, que se caracteriza por exaltar todo lo que se considera propio de la propia “nación”, y por fomentar juicios negativos respecto de otras “naciones”. Se trataría, si el nombre parece adecuado, de un nacionalismo discriminatorio.
El nacionalismo discriminatorio se construye sobre alabanzas hacia “lo nuestro” y sobre reproches hacia “lo ajeno”; sobre una fuerte adhesión a la propia identidad y sobre el desprecio hacia otras realidades.
Ese nacionalismo encierra graves peligros, porque se construye según una mentalidad discriminatoria, que lleva fácilmente al error o a la mentira. Por ello fácilmente busca ocultar sistemáticamente lo que pueda ser visto como negativo en el pasado o en el presente propio, y ensalza, a veces incluso inventa, todo aquello que pueda ser presentado como positivo.
El nacionalismo discriminatorio se caracteriza, así, por una premisa equivocada e injusta. Porque ni las personas ni los hechos se convierten en positivos por surgir en la propia nación; y porque lo ajeno no merece ser tachado como inferior y negativo simplemente por tener su origen en lo extranjero y diferente.
Frente al nacionalismo discriminatorio, existen caminos positivos y maduros de evaluar a la propia nación. Por ejemplo, cuando se analiza el pasado de modo objetivo y sereno, sin manipulaciones. O cuando se miran otras realidades culturales y nacionales con el equilibrio de quien respeta lo bueno que haya en cualquier grupo.
La historia humana está teñida de páginas oscuras surgidas por nacionalismos discriminatorios que han llevado al desprecio y al odio hacia millones de seres humanos simplemente por no pertenecer a la propia nación.
Al revés, la historia humana escribe sus mejores páginas allí donde, más allá de los rasgos que distinguen a la propia nación, las personas tienen un corazón y una mente abiertos hacia cualquier ser humano, sea de donde sea, hable la lengua que hable, simplemente porque es parte de la misma familia de los pueblos.
Por P. Fernando Pascual