Terminó el verano con la entrada del otoño real a mediados de septiembre. Ya, todos, metidos en las tareas ordinarias, en faenas laborales. Usual, ahora, la consideración de los logros del curso anterior y el trazado de metas de mejora y de otras nuevas. Si necesarias fueron las vacaciones, necesario es, también, el trabajo, cuya falta genera gran sufrimiento e impide, sobre todo cuando no hay apoyo de la familia, el crecimiento personal. No existe peor problema, que las altas cifras de paro; ni pensarse puede en una actividad política más encomiable, que el empeño decidido en rebajarlas hasta que no haya un solo ciudadano desempleado.
Algo que hace crecer, verdaderamente, al hombre, es su relación con Dios, que no ha de olvidarse ni cuando trabajamos ni cuando descansamos; tampoco, cuando nos divertimos. «Somos hechura de sus manos» (Efesios, 2, 10); de Él venimos, por él vivimos y a Él vamos, y, como dice el refrán «es de bien nacidos, ser agradecidos».
Escribía, Hermann Hesse: «El hombre virtuoso, valiente, deseable, adecuado para la perfección, ha sido siempre aquel que se sabe en relación directa con Dios, igual da que sea general que eremita, y cuando en su puesto realiza aquello para lo cual está allí…». Las palabras del novelista alemán y premio nóbel, me recuerdan estas otras de San Josemaría, que yo he visto encarnadas en gente que he conocido del Opus Dei, y no sólo en ellos: «Se ha de trabajar por amor a Dios, con espíritu de servicio a los hombres, con calidad humana».
Por Josefa Romo