En los últimos días hemos visto una muestra grandiosa de solidaridad y misericordia por parte de los mexicanos. Centros de Acopio, ayudas humanitarias, voluntarios, entre otros, ha sido parte de la manifestación del ser cristiano y de un cumplimiento pleno de las obras de misericordia. No todo es oscuridad en los momentos de dificultad, pues hemos visto como la luz disipa las tinieblas del miedo y la angustia con fuertes y constantes formas de amor por parte del prójimo.
El Catecismo de la Iglesia Católica, cuando nos habla de las obras de misericordia, nos cuenta pintorescamente como santa Rosa de Lima, el día en que su madre la reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, ella le contestó: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, somos un buen olor de Cristo” (n.2449). Ese olor del que nos habla esta magnífica santa, es el olor del cristiano, es distintivo de la Iglesia.
Es cierto que en la Iglesia hemos tenido y tenemos muchas cosas no tan positivas, recordando nuestra condición de Iglesia Santa conformada por pecadores, pero en el acontecer de las obras de misericordia, como servir a los pobres, siempre hemos sido un pilar fundamental en los momentos de necesidad. El amor a los pobres, a los necesitados y a los que pasan alguna dificultad, es el signo por excelencia, la luz que ilumina nuestro camino hacia el Padre celestial.
En las obras de misericordia siempre somos bendecidos por el Señor y encontramos ayuda y colaboración en nuestra gente. Si nuestra acción no está bendecida por el Señor, en definitiva, es porque le falta misericordia. Falta la misericordia que tiene que ver, como muchas veces ha apuntado el papa Francisco: con un hospital de campaña, donde nosotros nos podamos sumergir en el misterio del dar sin necesidad de recibir.
El pueblo mexicano ha podido ver el rostro de Dios en sus hermanos, constatando la misericordia de Dios para con el necesitado. Muchas veces nos preguntamos ¿Dónde está Dios? Y la respuesta es sencilla: en aquel hermano que te dio de beber, en aquel joven voluntario que carga escombros o en aquella viejita que hace una comida para los más necesitados. Allí se hace presente Dios de manera misericordiosa. Que hermoso es cuando nos percatamos de esta realidad, una realidad que trasciende fronteras, colores y lenguas; siendo un instrumento clave para demostrar que Dios es omnipresente y manifiesta su amor a todas sus creaturas.
Pidámosle a Dios por todo el pueblo mexicano, que en estos momentos se ve sacudido por la angustia y por las problemáticas sociales, para que, en el Señor, encuentren consuelo y paz en la adversidad. Que María, en su advocación de la Guadalupe, nos cubra con su manto, y nos lleve al encuentro del necesitado, angustiado y deprimido. Que Así sea.
Por Angelo De Simone