San Juan Crisóstomo (347-407) no tenía dudas: cada bautizado es como una nueva estrella sobre la tierra.
En una de sus catequesis sobre el bautismo, explicaba: «Ved que también de la tierra nacen estrellas, estrellas más rutilantes que las del cielo. Estrellas sobre la tierra, por causa de aquel que apareció sobre la tierra venido del cielo» (Séptima catequesis bautismal).
La comparación llegaba mucho más lejos, pues Crisóstomo estaba convencido de que los bautizados brillan mejor que las estrellas, porque su luz es visible a pleno día.
«Pero no sólo estrellas sobre la tierra, sino también estrellas en pleno día. ¡Segundo prodigio éste! ¡Estrellas en pleno día más rutilantes que las nocturnas! Éstas, efectivamente, se ocultan cuando aparece el sol, aquellas, en cambio, cuando aparece el sol de justicia resplandecen aún más».
En la misma catequesis bautismal san Juan Crisóstomo citaba las palabras de Cristo: mientras las estrellas del cielo caerán un día (cf. Mt 24,29), «los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43).
La metáfora es atrevida, más en un mundo donde muchos ya no saben mirar al cielo para ver las estrellas, y muchos otros no perciben la belleza del bautismo que nos ha dejado Jesucristo.
Por eso, podemos preguntarnos si brillamos como nos pide el Maestro: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).
Somos hijos de una Luz que no muere, que vino al mundo y que es ofrecida a cada hombre (cf. Jn 1). Si permitimos que el bautismo brille en nuestras mentes y en nuestros corazones, seremos estrellas en la tierra. Entonces nuestro testimonio será arrollador, porque viene del Corazón de Sol que nace de lo alto (cf. Lc 2,78)…
P. Fernando Pascual