Tentaciones llegan todos los días y de muchas maneras. Una está acompañada por una voz discreta, casi amistosa: «solo por esta vez».
Esa voz me dice que solo por esta vez vea más tiempo de televisión y deje a la familia las tareas de casa.
O que solo por esta vez escuche una canción famosa con una letra nada recomendable.
O que solo por esta vez diga una mentira pequeña, pues además todo el mundo lo hace y no es que vaya a dañar a otros.
O que solo por esta vez no vaya a la misa del domingo, con la excusa casi perfecta: ya fui a misa entre semana.
O que solo por esta vez grite en casa, porque ya está bien que uno siempre tenga que morderse la lengua.
O que solo por esta vez llegue tarde al trabajo, pues si hasta el jefe da mal ejemplo…
De esta manera, la tentación «ordinaria» se viste de dulzura, de amabilidad. Es solo una vez, no pasa nada, el mundo sigue girando, y Dios es muy bueno…
Pero esa tentación nos destruye, nos aparta del amor, nos empuja a una segunda vez (si en la primera no pasó nada, parece que no era tan grave), y a otra, y otra…
El camino del amor va exactamente en la dirección opuesta. Porque si uno ama de verdad no vale decir «solo por esta vez» si se trata de hacer daño al Amigo.
Por eso, cuando el demonio, el mundo o la carne me susurren «solo por esta vez», necesito responder con firmeza: ni lo quiere Dios ni lo quiero yo.
Porque la vida se construye desde miles de decisiones pequeñas, casi triviales, pero que dibujan dos opciones muy diferentes: la del egoísmo (solo por esta vez) o la del amor (ahora, esta vez, y siempre)…
P. Fernando Pascual