Con este título me quiero referir a las palabras pronunciadas por Don José H. Gómez, el actual Arzobispo de Los Ángeles, California, de origen mexicano, durante la homilía de la llamada “Misa Roja” nacional, celebrada para líderes del gobierno, abogados y juristas, en la catedral de San Mateo Apóstol, de la capital de los Estados Unidos. Se presentó ante su auditorio como el Pastor de la comunidad católica más grande de los Estados Unidos. “Somos” -dijo- “una iglesia global, una iglesia inmigrante, compuesta de personas que vienen de todas partes del mundo. Tenemos cerca de 5 millones de católicos en Los Ángeles y todos los días, oramos, celebramos el culto divino y prestamos nuestros servicios en más de 40 idiomas”.
Explicó el origen católico de la ciudad, pues fue fundada por los misioneros franciscanos que le dieron por patrona a la Virgen María, con el título de “Nuestra Señora de los Ángeles”. Se refirió luego a la obra de San Junípero Serra, “nuestro Santo americano”, quien, ante quienes negaron la plena humanidad de los pueblos indígenas de esas tierras, “se convirtió en su defensor y escribió incluso una declaración de derechos para protegerlos”. Recordó que la escribió “tres años antes de la Declaración de Independencia de Estados Unidos”. Por tanto, antes de que los Estados Unidos existieran como país libre, ya San Junípero había proclamado la dignidad humana y derecho a la libertad de los pueblos allí residentes. La fe en Cristo crea igualdad y reclama libertad.
Lamenta el señor Arzobispo que “la mayoría de los estadounidenses no conocen esta historia, pero que el Papa Francisco, sí; por eso, cuando vino a este país en 2015, su primer acto fue celebrar una Misa solemne en la que canonizó a San Junípero”. Y, el haber celebrado esta misa de canonización en Washington D.C., capital de los Estados Unidos, manifiesta que la intención del Papa Francisco era “que deberíamos honrar a San Junípero como uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos. Nos recuerda que los primeros comienzos de Estados Unidos no fueron los políticos. Los primeros comienzos de este país fueron espirituales”. Y concluye: “Los misioneros fueron quienes llegaron aquí primero, mucho antes que los Peregrinos, mucho antes que George Washington y que Thomas Jefferson. Mucho antes que este país tuviera un nombre”. A los Estados Unidos, como a México, el Evangelio llegó antes que los políticos.
Reconoce también el Arzobispo que después llegaron colonos y estadistas que sentaron las bases espirituales e intelectuales del País. Que buscaron crear una nación “concebida bajo Dios y comprometida en promover la dignidad humana, la libertad y el reconocimiento de una diversidad de pueblos, razas, ideas y creencias”. Todo un programa de respeto a los emigrantes, a los católicos y a la diversidad racial.
Esta lección no es sólo para los políticos y juristas del País vecino sino también y más para nosotros. Las auténticas raíces del México actual, del México de siempre, del México que queremos fraterno, están en el Tepeyac. En la obra evangelizadora y civilizadora de la Iglesia. A un árbol no se le pueden amputar las raíces sin morir. El pueblo lo entiende, lo siente y lo vive gozoso a pesar de los intentos fallidos de querer ignorar y subvertir este cimiento humano, espiritual y cultural en que se asienta la nación. En California se conservan los nombres de los “santos” patronos de sus ciudades; aquí hasta estas huellas culturales e históricas se han intentado borrar. Agradecemos a nuestro paisano, el Arzobispo de los Ángeles, esta singular lección de historia.
Por Mario De Gasperín Gasperín