En la Solemnidad de la Santísima Virgen María llevada al cielo en cuerpo y alma del año pasado (15-8-2016), la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una “Instrucción” sobre la sepultura de los difuntos y la posible cremación y conservación de las cenizas. Tiene la aprobación del Papa Francisco y comienza así: “Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor’ (S. Pablo)”. Se nos recuerda que la Iglesia prefiere la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos, pero que reconoce que la cremación no es contraria a la fe católica, a no ser que implique la intención de negar la fe en la resurrección. Reitera el respeto debido al cadáver o a las cenizas por haber sido instrumento santificado por Dios y rechaza el abuso naturista de esparcirlas o utilizarlas con fines supersticiosos.
El cristiano es quien se acuerda siempre de Jesucristo resucitado de entre los muertos y, por tanto, espera participar de su resurrección corporal y de su gloria eterna. La resurrección de los muertos es el punto central de la esperanza cristiana. Somos cristianos porque esperamos la resurrección. Oramos por nuestros difuntos para que resuciten gloriosos con Cristo y para que obtengan el perdón si alguna pena temporal todavía deben de purgar. Esta fe precisa de algunas aclaraciones sobre el culto a los muertos.
Primero. No es lo mismo la inmortalidad de las almas que la resurrección de los muertos. Las almas no mueren y los cuerpos son sepultados. La salvación que nos trajo Jesucristo consiste en que los cuerpos volverán a la vida, a imagen del cuerpo glorioso de Jesucristo. Sin resurrección de los cuerpos, aunque estén ahora convertidos en polvo y ceniza, no hay salvación cristiana. Se salva el hombre en su totalidad.
Segundo. Esta fe es el sustento de la esperanza cristiana. ¿Qué espera un cristiano? “Espero la resurrección de la carne y la vida eterna”, nos responde la Iglesia en el Credo. Fue lo que pidió el día de su bautismo: La fe para conseguir la vida eterna, la esperanza en la resurrección.
Tercero. De estas cosas, objeto de nuestra esperanza, no tenemos experiencia alguna personal; pero sí tenemos el anticipo y su posibilidad: Son el mismo Jesucristo resucitado y glorioso y la Virgen María elevada al cielo en cuerpo y alma. Son verdades y misterios que garantizan nuestra fe y esperanza.
Cuarto. Todas las ceremonias y rituales que no incluyan la esperanza en la resurrección corporal de los difuntos y la súplica para que el Señor los purifique o perdone sus pecados, son paganos. Pertenecen a religiones o prácticas ancestrales, algunas muy respetables, pero que no superan las aspiraciones humanas, que alimentan las costumbres y fomentan la convivencia social o el folclore, pero que no expresan, aunque no se opongan directamente, la fe de los católicos. La fe católica va mucho más allá.
Último. Quizá sea pertinente hacernos aquí algunas sencillas peguntas. ¿No sería quizá mejor, en lugar de pintarrajearse la cara con signos de muerte, mostrar con vida los desaparecidos cuyos rostros ni siquiera conocemos? ¿Hasta qué punto estos rituales funerarios nos inducen a olvidarnos de los muertos reales y a divertirnos con los folclóricos? ¿Qué hay detrás de todo este renacer del gusto y algarabía por la muerte en lugar de incrementar el amor y respeto a la vida? Recordemos: Nuestro Dios es un Dios de vivos, no de muertos. La gloria de Dios consiste en que el hombre viva. Amén.
Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín