¿Por qué será que el populismo se ocupa tan poco del pueblo? La estrategia de los populistas es siempre la misma: engañan a la gente con promesas, con mentiras y con mensajes emocionales que buscan manipular el pensamiento consciente (eso que ahora se llama “postverdad”). Después, cuando tienen el poder, sólo se preocupan de ellos mismos y someten a esa misma gente con armas, presiones, coacciones, sobornos y más y más mentiras.
En estos días, cuando la Unión Europea ha concedido el Premio Sajarov por la defensa de los Derechos Humanos a la oposición venezolana, Cáritas Venezuela nos recuerda con un informe durísimo la situación por la que está pasando el país. Les doy sólo unos datos: más de la mitad de la población vive en la pobreza extrema y un tercio en una pobreza crónica. El 54% de los niños sufre desnutrición. Casi el 60% de los venezolanos come una sola vez al día y, en ciertas épocas del año, una vez cada dos días. El agua potable escasea en las casas, pero también en los hospitales. La mortalidad infantil ha crecido un 50% en cinco años. La desnutrición severa se ha multiplicado por tres…
Así son los populismos, y sería muy simplista pensar que es un problema de izquierdas o de derechas, puesto que los encontramos detrás de signos políticos muy diferentes. Lo que los caracteriza, como señalaba el Papa Francisco hace unos días en una Conferencia Internacional, es que “hacen de la protesta el corazón de su mensaje político, sin ofrecer un proyecto político como alternativa constructiva. El diálogo viene sustituido por una contraposición estéril, que puede también poner en peligro la convivencia civil, o por una hegemonía del poder político que enjaula e impide una verdadera vida democrática.”
Subrayan lo negativo, crean desazón e imaginan diferencias donde no las hay para señalar a otros como los culpables de todos los males. Siempre hay un enemigo externo o interno que dificulta el crecimiento económico, provoca la inflación, hace subir los índices de criminalidad… pero resulta que el gobierno en el poder, el responsable último, no es el culpable de nada, sino una pobre víctima.
Un signo distintivo del pensamiento cristiano ha sido siempre el realismo. No nos dejemos embarullar por ideologías simplonas ni nos fiemos de cualquier “salvapatrias”: amemos la realidad y, porque la amamos, transformémosla a mejor.
Por Marcelo López Cambronero