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El escándalo de la Encarnación

No sólo la Cruz es escándalo, también lo es, para muchos, la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Pues si para el mundo resulta “increíble” que Dios haya muerto por esa pequeñez que somos los hombres, lo es también que haya encarnado, que haya asumido nuestra caída naturaleza, si no en el pecado, sí en sus consecuencias: el ser mortal.

Además, las grandes religiones monoteístas, como lo son el judaísmo y el islamismo, coinciden con el cristianismo en adorar a un Todopoderoso, que está por encima y trasciende todas las cosas, que no tiene límites ni tiempo ni está anclado en un aquí y un allá. ¿Cómo podemos pues los cristianos hablar de un Dios que entra en la historia y la empieza a escribir de nuevo justo en un pueblito llamado Belén? Es más, ¿cómo podemos creer que se hizo indefenso Niño, que vistió pañales, y que se amanto de los pechos de una Virgen, y que se sometió a su padre putativo san José, y aun así no dejó de ser Dios?

No es mi intención hoy abordar puntos teológicos como la unión hipostática entre la naturaleza divina y la naturaleza humana. Quiero más bien notar que la Encarnación es incluso escandalosa, en buena medida, para muchos cristianos.

Los protestantes, por ejemplo, evitan el recordar a María. Les es difícil hablar de que el Niño Jesús tuvo madre, y una Gran Madre, apropiada a la divinidad de su Hijo, pero no por eso carente de carnes. Les es difícil también hablar de que Él disfrutó de banquetes y bebió vino: ¡demasiado carnal!, ¿un borracho? Y, por supuesto, niegan la Transubstanciación, el que Cristo se nos dé como alimento en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Les es en demasía, ya no carnal, sino carnívoro. Si llegan a celebrar la consagración del Pan, lo hacen sólo “espiritualmente” como memoria de la Última Cena.

En fin, se quedan sólo con las palabras, con la Escritura, con lo que les parece puramente espiritual. Detestan las imágenes, como si las palabras no fueran como las imágenes, también representaciones, también lenguaje humano. Tal vez sea así porque las imágenes son más carnales que las abstractas palabras. Y, niegan en gran medida la Iglesia, que no deja de ser Cuerpo de Cristo. Por muy místico que sea ese cuerpo, no deja de ser carnal, porque lo componen la comunión de los santos. Para los protestantes, reconocer a los santos es idolatría.

A ellos les basta, dicen, la sola fe, un puro asentimiento espiritual a Jesús, como si esta fe no debiera concretarse en las muy corporales obras de misericordia.

Que no sea pues para los católicos un escándalo la Encarnación. Acerquémonos a adorar al Niño Jesús, que es Dios, aunque vista pañales. Alegrémonos de que tenga Madre, una Madre que también lo es nuestra, y reconozcamos a san José como nuestro protector. No nos escandalicemos por las imágenes. Nos muestran mejor que las palabras el que Dios se hizo carne para darnos la Salvación. Disfrutemos los banquetes, santamente, porque son don de Dios. Acerquémonos sobre todo al Banquete, a la Eucaristía, que es alimento, verdadera carne y verdadera sangre, que nos da vida eterna. Que nuestra fe se concrete en las obras de misericordia. Y que la comunión de los santos nos fortalezca en la esperanza de la Resurrección: no seremos meros fantasmas entonces, sino hombres completos, con cuerpo y alma santificados en un Dios que ha encarnado.

por Arturo Zárate Ruiz

Arturo Zárate Ruiz (México)
Arturo Zárate Ruiz es periodista desde 1974. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1984. Es doctor en Artes de la Comunicación por la Universidad de Wisconsin, 1992. Desde 1993 es investigador en El Colegio de la Frontera Norte y estudia la cultura fronteriza y las controversias binacionales. Son muy diversas sus publicaciones.