Sin duda, hemos escuchado mucho sobre la crisis de fidelidad y sobre lo que es la verdadera fidelidad, la que se espera de un cristiano. Pero la pregunta es, si estas explicaciones nos han alcanzado íntimamente, si nos han llegado al corazón.
Lo que nos falta, tal vez, es una síntesis vital y vivida de lo que hemos escuchado. Lo que nos falta es un modelo, un ejemplo de fidelidad que nos arrastre.
Así queremos también nosotros experimentar y palpar la fidelidad en una persona concreta. Y esta persona, modelo de la fidelidad humana, es María: la Virgen fiel.
Fidelidad y amor siempre van juntos, se corresponden. Porque el amor es el alma de la fidelidad. Fidelidad sin amor es terquedad. Y el amor que no es fiel, no es un amor auténtico, ya que no es duradero.
¿Cuál es el primer amor de María? El Evangelio de la Anunciación nos hace ver la hora que cambia la vida de María, y que cambia la historia del mundo. Dios le pide ser Madre de su Hijo. Y en este momento nace su primer amor, el gran amor de toda su vida: el amor a su Hijo Jesucristo. Decidida y alegremente acepta su nueva misión, diciendo su: “Fiat, Hágase en mí según tu palabra”.
Sabe que su FIAT no es el “Sí” de una hora, sino el sí de toda una vida. De ahora en adelante, todo su amor, su entrega y su fidelidad dedicará a su Hijo. Y empieza una inseparable bi‑unidad entre María y su Hijo. Ella está con Él, como compañera y colaboradora, en los grandes momentos de la historia de salvación, desde la Encarnación hasta su Asunción.
El don de su primer amor tiene que probarse en la vida. No es un don acabado, es un don que María tiene que ir conquistando cada vez más perfectamente. Porque la verdadera fidelidad es la fidelidad probada y acrisolada, la que perdura las tormentas de la vida.
Y la fidelidad a su primer amor sufre ya muy pronto duras pruebas. En primer lugar su situación difícil frente a su prometido José, a quien no puede explicar lo que le ha pasado. Después el nacimiento de su Hijo en la soledad y en la miseria.
Y como primer resultado del nacimiento del Salvador, la matanza de los inocentes. Y María tiene que huir de noche con su familia a tierras extrañas y vivir allá como refugiados.
Y así siguen las pruebas y exigencias de Dios durante más de treinta años. Y siempre de nuevo, Ella repite, sin comprenderlo del todo, el Sí de la primera hora, el Sí de su vocación y de su fidelidad.
Y entonces llega la hora del Calvario. Ella está allí al pie de la cruz, casi sola. Los demás han desaparecido, como suele suceder en la hora de prueba. Y en este momento oscuro María da su último y definitivo FIAT. Y es éste el que cuenta verdaderamente. Ella, en el Calvario, es Madre de verdad, porque se es verdaderamente Madre sólo cuando se da todo. Y María entrega lo único que tiene: su Hijo Jesús.
Y este momento de entrega total, el Señor crucificado la elige, para entregarnos a su Madre a nosotros como sus nuevos Hijos. Y desde entonces estamos incluidos en su primer amor. Y como antes se ha dado enteramente a su Hijo Jesús, así entrega en adelante todo su amor y su fidelidad a sus hijos en la gran familia de la Iglesia.
La fidelidad a la persona de Cristo tiende necesariamente a la fidelidad a la Iglesia, la comunidad, la familia de Cristo.
Después de la Ascensión del Señor, María empieza a actuar como Madre de la Iglesia primitiva. Reúne a los apóstoles y primeros cristianos en el Cenáculo e implora con ellos el Espíritu Santo.
Su misión de madre de la Iglesia se hace más actual aún después de su Asunción. Ahora puede cumplirla en toda su universalidad y profundidad: Puede ser plenamente Madre para todos los suyos y darles a cada uno el amor, la ayuda y la protección que necesitan.
Durante toda su historia, la Iglesia ha experimentado este amor extraordinario y esta fidelidad ilimitada de María. Por eso le tiene tanta confianza, respeto y cariño a su Madre.
Pregunas para la reflexión
- ¿He sido fiel como María en las pruebas de la vida?
- ¿Soy fiel en mi matrimonio?
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