La Buena Nueva o Evangelio de Jesucristo consiste en que Dios ha enviado al mundo a su Hijo a instaurar su Reino. El Reino de Dios que Jesús predicó. Jesucristo viene a recobrar la soberanía de Dios sobre la creación y a reencauzar al hombre hacia su felicidad. La salvación se realiza cuando se reintegra y se reconcilia el hombre y el universo con Dios, de manera que en ellos resplandezca su gloria. La gloria de Dios consiste en que el hombre viva y en que el mundo recupere su esplendor. Por Jesucristo, tanto la historia como la naturaleza, tanto el espíritu como la materia, han sido devueltos a Dios.
Estas reflexiones se vuelven realidad en la vida cotidiana de Jesucristo, tal y como nos la describe san Marcos en su Evangelio. Jesús primero actúa y después explica, porque la realidad es superior a la idea. Jesús comenzó a edificar el Reino de Dios expulsando a un demonio en una sinagoga, derrotando así a satanás, el príncipe de este mundo. De inmediato prosigue su obra liberadora cancelando los efectos del usurpador del Reino de Dios, del asesino de a humanidad: Curó a la suegra de Pedro de la fiebre y a muchos enfermos; curó a un leproso, tenido por maldito por Dios, reintegrándolo a la comunidad; a un paralítico le enseñó que hay una parálisis interior mayor, el pecado, y lo curó de las dos. El Reino de Dios se instaura expulsando a satanás y liberando al hombre de toda enfermedad y dolencia, del cuerpo y del espíritu.
La liberación de la esclavitud religiosa es todavía un asunto mayor. Los maestros de Israel habían fabricado con sus leyes morales y preceptos rituales una caricatura de Dios. Jesús toca al leproso y se deja tocar por una mujer desahuciada, ambos ritualmente impuros según la ley. Alaba la libertad de espíritu de David por tomar alimento sagrado y a los discípulos por hacerlo en sábado para remediar el hambre, porque el sábado, dedicado a Dios, es en primer lugar para beneficio del hombre. Instaurar el Reino de Dios implica expulsar a satanás, sanar al hombre, liberarlo de la esclavitud, devolviéndole la dignidad de hijo de Dios. Todo, apostando por ello su vida.
Esta conducta de Jesús escandaliza a los maestros, cuestiona a los discípulos, pero entusiasma al pueblo. Jesús necesita explicar su modo de proceder. Crea las parábolas del Reino. El Reino de Dios no viene con aspavientos. Crece como la semilla, se parece al ama de casa que amasa y fermenta la harina; y a esa otra, que comparte con las vecinas la alegría por la moneda encontrada; o al mercader que vendió sus cachivaches porque encontró una perla fina; o a la red que recoge peces buenos y malos, y a un campo donde crecen juntos el trigo y la cizaña, en espera del juicio divino, etcétera. Todas son acciones sencillas, caseras, pequeñas, pero cargadas de fuerza y poder. El Reino de Dios es Jesús actuando con la fuerza del Espíritu, haciendo el bien en corto pero con miras largas, en lo concreto del suelo pero con vista hacia el cielo.
San Marcos, que escribe su Evangelio para animar a los cristianos sumergidos en la podredumbre del imperio romano, nos enseña que el discípulo de Cristo, haciendo el bien posible, aunque sea pequeño, contribuye al derrocamiento del imperio del satanás, llámese ahora como se llame. Devolver a la creación su belleza y al hombre su dignidad es dar gloria a Dios. Es instaurar su Reino, tarea de todo cristiano.
Mario De Gasperín Gasperín