La India es el segundo país más poblado del mundo con 1,324 millones de habitantes. Su sistema de castas provoca miseria, principalmente entre los dálits, los más pobres de los pobres y la casta más baja. Conforman el 60% de la población y carecen de todo derecho en el sistema de castas, que aunque en la Constitución de la India está abolido, en la práctica no es así.
La palabra, Dálit, que significa “alguien emergido de un pantano”, se aplica a los parias, a gente intocable, segregada, rechazada y sin dignidad. No se les considera seres humanos y se les ignora, son invisibles por ser miserables y porque así les tocó nacer, vivir y morir. Viven en casas de tres por tres metros apenas con un espacio para dormir y otro para cocinar y convivir; y entre ellos todavía hay una casta más baja, los musahar, que significa “los come ratas” porque ese es, precisamente, su alimento.
Un brahmán de la casta superior nunca entrará en una casa dálit, y un dálit, que trabaja como sirviente en una casa de brahmanes, nunca come con ellos; la familia le permite sentarse afuera y le dan de comer igual que a los perros, y son tratados peor que perros porque para el hinduismo, quien nace dálit morirá como tal. Además, por su religión, viven amenazados por espíritus de un mundo imaginario, por malos espíritus que los acosan tanto que viven siempre con miedo, todos sus días.
Esto no es todo en este drama, pues los cristianos, que constituyen apenas el 2.3% de la población india, y que conforman el 60% de los dálits, sufren doble discriminación, la provocada por su lamentable casta y también por su vivencia de la fe en el cristianismo; son minoría, padecen presión de sus vecinos, sufren hostilidad constante y son perseguidos por grupos radicalizados políticamente, como el partido fundamentalista Bharatiya Janata, que se vale del nacionalismo extremo hindú para presentarlos como enemigos de la sociedad india. Los cristianos indios viven constantemente bajo amenazas y sufren actos de violencia que ya son de casi dos por día, como los ataques a sus escuelas y comunidades.
Este acoso -no justificado- obedece a que el cristianismo está rompiendo todos los esquemas de los dálits al enterarse de que existe un Dios que ama particularmente a los más pequeños y pobres, y que los invita, los llama y los integra a su comunidad, que es la Iglesia.
Los 200 obispos católicos de la India, en su compromiso con los 200 millones de dálits del país, reafirmando el espíritu misionero de su actividad, han determinado que la Iglesia no solamente debe promover programas de desarrollo y de inclusión social, sino que también está llamada a comprender más profundamente las causas discriminatorias con miras a su curación definitiva. La Asamblea de la Conferencia Episcopal de India está integrada por 174 diócesis, de las que 132 son de rito latino que reúne a 183 sacerdotes.
En el norte de India, la Iglesia se ha organizado en misiones que son espacios compuestos por la iglesia, la casa del sacerdote, un colegio, un internado de niños, otro de niñas, y por el convento de las religiosas cuya labor es ejemplar porque además de dar estudios a los niños, enseñan a leer a sus padres y los forman en el amor, el respeto, la convivencia, la fraternidad y la dignidad, algo que para los indios más pobres y discriminados es imposible encontrar en los centros educativos gubernamentales.
La misión de las hermanas misioneras de la caridad de Nazaret, por ejemplo, que dirigen el colegio “Un rayo de esperanza” atiende a 200 niñas recogidas en pésimas condiciones de los pueblos rurales cercanos. Cuando estas pequeñas llegan a la misión, las alimentan y se pasan días lavándolas. Suelen pertenecer a familias que se dedican a la fabricación de ladrillos y que las abandonan porque cambian de residencia en busca de trabajo.
Los dálits, que no tienen acceso a ningún tipo de educación, cuando se encuentran con el cristianismo se sienten liberados y conocen la dignidad al percatarse de que su vida vale y tiene sentido, reciben oportunidades de educación y se sienten amados por Dios y por los demás.
El 60% de los cristianos de la India son dálits olvidados por su sociedad, pero no por la Iglesia, que al mirar a cada dálit como persona, está haciendo una verdadera revolución mediante la evangelización que se sustenta en la transmisión de los valores cristianos fundados en el amor a través de la educación, salud y formación, pues en el amor no hay castas, todos somos iguales ante Dios.
Por Roberto O’Farrill / verycreer.com