Reflexión dominical del 8 de julio de 2018
Me imagino que un día San Pedro debió sentirse muy feliz cuando dijo a Jesús:
“Nosotros lo hemos dejado todo…”,¿y qué va a haber?
Y oyó que Jesús le decía que tendrían “el ciento por uno en este mundo y después la vida eterna”.
Como buen judío debió sentir que había hecho el gran negocio cuando entró en el grupo de los apóstoles.
Pero no le duró mucho este gozo porque Jesús añadió que todo el paquete suponía también las persecuciones:
“El ciento por uno con persecuciones”.
Pues esto es lo que nos enseña la liturgia en este día.
Entrar valientemente en el Reino de los cielos conlleva las persecuciones.
Meditemos lo que nos dicen las lecturas hoy y sacaremos una conclusión.
Las persecuciones por el Reino de los cielos se convierten en un verdadero negocio, negocio que trae alegría y paz en este mundo y la felicidad eterna.
Veamos cómo ni Ezequiel, ni Pablo, ni el mismo Jesús, se sintieron fracasados ni amargados a pesar de las persecuciones:
- Ezequiel el profeta
Nos cuenta hoy:
“El Espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía”.
De hecho no es nada agradable lo que le ofrecía el Espíritu del Señor… que lo enviaba como profeta a un pueblo rebelde, de gente testaruda y obstinada y que él, como profeta enviado de Dios, tendría que darle su mensaje, diciendo:
“Esto dice el Señor”.
Nosotros podríamos preguntarnos para qué Ezequiel tenía que profetizar si no le iban a hacer caso, por lo menos muchas veces.
El motivo que le da Dios es muy importante y conviene que en estos días, de una manera especial, lo tengamos en cuenta los evangelizadores:
Conviene que este mundo materializado y de espaldas a Dios “sepa que hubo un profeta en medio de ellos”.
Para nosotros esto debería ser suficiente. Lo demás lo hará Dios cuando lo crea conveniente.
- Salmo responsorial
Nos invita a ponernos plenamente en las manos de Dios y confiar en Él, pase lo que pase y en los momentos difíciles seamos fieles y sigamos confiando en Él, como dice este versículo:
“Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos,del desprecio de los orgullosos”.
- San Pablo
No es fácil que una persona que lleve la vida que llevaba Pablo, con tantas “persecuciones, privaciones, insultos, debilidades y dificultades sufridas por Cristo”, nos diga que vive contenta.
Pues a todo esto añade el apóstol, para confirmar lo que dijo Jesús: “con persecuciones”, estas palabras:
“Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de satanás que me apalea, para que no sea soberbio”.
Y con sencillez San Pablo nos cuenta cómo, por tres veces, pidió al Señor que le librara de ese sufrimiento. Y por toda respuesta el Señor le contestó:
“Te basta mi gracia”.
La fuerza se realiza en la debilidad.
De una u otra forma nos puede pasar esto también a nosotros.
Si lo aceptamos con la fe de Pablo, podremos entender o por lo menos repetir:
“Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo”.
- Verso aleluyático
Nos recuerda la obligación de evangelizar que tenemos todos nosotros, a semejanza de nuestro Maestro y Señor.
No olvidemos que desde el bautismo también el Espíritu del Señor está en nosotros y podemos decir:
“El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”.
- Evangelio
No hay duda que quien más persecuciones y malos tratos ha recibido ha sido el mismo Jesús.
Por tanto Él, como ningún otro, se pudo aplicar las famosas palabras: “con persecuciones”.
Imaginemos lo que pasó aquel día:
Jesús fue a Nazaret donde estaban todos sus familiares y además llevó a sus discípulos. La gente del pueblo le admiró mientras hablaba en la sinagoga, pero muy pronto comenzaron los desprecios de un “pueblo pequeño”, donde el chisme es el que domina.
¿De dónde saca todo eso?
¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?
¿Y esos milagros?
Y enseguida llega lo más doloroso:
“¿No es este el carpintero, el hijo de María?”
Luego hablan de sus parientes con sus nombres propios:
“Santiago, José, Judas, Simón”.
“¿Y sus hermanas no viven también entre nosotros?”
Posiblemente, como entonces no era muy oportuno hablar de la mujer no pusieron sus nombres.
Jesús demuestra en el Evangelio que le dolió el trato que le dieron en su pueblo, hasta el punto de que quisieron apedrearlo.
Y luego dijo estas palabras que tantas veces se cumplen entre los evangelizadores:
“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.
Y Jesús se fue a predicar por otros pueblos…
+ José Ignacio Alemany Grau, obispo