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Los regalos de Dios en Cristo

Reflexión homilética 15 de julio de 2018

Este domingo estamos todos invitados a agradecer al Dios Uno y Trino que nos ha manifestado su amor con tan maravillosos regalos que trajo a la humanidad el Verbo encarnado, Jesucristo.

Te invito a meditarlos en este precioso himno de Pablo y a pensar que con el bautismo toda esta vida maravillosa vino a ti para santificarte:

San Pablo

Comienza el párrafo de la carta a los Efesios, con una especie de resumen:

“El Padre nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos”.

Veamos algunas de estas bendiciones:

+ “Antes de la fundación del mundo fuimos elegidos (con una finalidad): que fuésemos santos e intachables ante Él por el amor”.

Esto es inimaginable y fabuloso.

Dios te creó para que fueras santo, o sea, para que te parezcas a Él.

Y lo pensó.

Y lo quiso millones de años antes que tú nacieras.

+ “Nos ha destinado a ser hijos suyos”.

Por el hecho de ser hijos nuestra vida será alabanza para el mismo Dios y todo esto gracias al Amado; es decir a Cristo Jesús a quien el Padre llamó: “Este es mi Hijo, el Amado”.

+ En la sangre de Cristo Redentor tenemos también el perdón de los pecados, la redención abundante.

Cristo pagó la deuda infinita que la humanidad había contraído con Dios.

+ Cristo, además, nos ha dado a conocer el plan salvador de Dios.

“Recapitular todas las cosas del cielo y de la tierra” en Cristo, que se ha convertido así en la “Cabeza” y resumen de toda la creación.

+ Más aún. Al ser hijos de Dios con Jesucristo somos herederos del cielo.

Así  lo explica San Pablo a los romanos: “Herederos de Dios y coherederos con Cristo”.

Todo esto porque Jesús se ha hecho nuestro hermano y querido compartir con nosotros su herencia que es Dios mismo.

+ Por Cristo hemos sido marcados también con el sello del Espíritu Santo prometido.

Es el Espíritu Santo quien nos da la seguridad de esta herencia divina que nos pertenece mientras se alarga la espera en este mundo.

Este es el himno de Pablo que nos ofrece la liturgia hoy. En él canta las “bendiciones” de Dios para su pueblo y para cada uno de nosotros.

Dios quiera que durante toda nuestra vida aprovechemos para glorificar y agradecer a Dios.

Tengamos presente que todos los dones de Dios nos vienen en Cristo y por Cristo. A Él la gloria por los siglos.

Amós

Y ahora algo para entender mejor la primera lectura de hoy, que es del profeta Amós. El profeta dijo de sí mismo:

“Yo era un pastor y cultivador de sicomoros”. Sin embargo, fue enviado por Dios a profetizar en Israel.

Israel es el reino del norte y Judá el reino del sur.

El norte se separó de Dios y se hizo sus propios dioses y sus propios reyes.

Incluso se hizo un templo distinto para que su gente no viajara a Jerusalén.

Lo particular de este relato es que Dios mandó a Amós, que pertenecía al reino del sur, para que predicara en el norte, en Israel…

El sacerdote Amasías lo desprecia y le dice que se vaya a ganar el pan en Judá.

Además dicho sacerdote calumnió a Amós ante el rey de Israel.

Sin embargo, Amós, el sencillo hombre de campo, profetiza valientemente el castigo de Dios que vendría sobre el reino del norte.

Salmo responsorial (84)

Es una invocación a la misericordia de Dios:

“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.

Un hermoso salmo que será bueno que lo meditemos y hagamos oración personal cada uno de nosotros.

Evangelio

Nos relata la misión que Jesús encomendó a los apóstoles y algunos detalles de la misma:

+ Los envía de dos en dos porque esto da autoridad al que habla y seguridad al que escucha.

+ Les da autoridad sobre los espíritus inmundos que es uno de los milagros más frecuentes que hacía el mismo Jesús en aquel tiempo.

+ Les pide que vayan con pobreza y desprendimiento.

+ También les advierte que si no los reciben ni escuchan en algún lugar, se vayan a otro, sacudiendo hasta el polvo de los pies… indicando que el Evangelio debe hacerse respetar. O como dirá Jesús en otro momento: “No hay que echar las perlas a los chanchos”.

+ Finalmente, Jesús les da el tema de predicación que vale para todos los tiempos: predicar la conversión y sanar los cuerpos y las almas. Para eso nos dejó a los sacerdotes.

Tengamos presente que el evangelizador católico tiene que predicar siempre a Jesucristo y éste crucificado, como pedía San Pablo.

José Ignacio Alemany Grau