El Evangelio refiere, con respecto a la Ultima Cena, que “mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y dándoselo a sus discípulos, dijo: -Tomen, coman, este es mi cuerpo” (Mt 26, 26).
Sobre este Plato, el Señor partió el pan para luego tomarlo entre sus manos mientras aseguraba, con sus propias palabras: -Esto es mi cuerpo. Su mirada se elevó hacia el cielo, su rostro se iluminó, sus gestos adquirieron una nobleza especial, sus manos se tornaron más bellas y todo en él era resplandeciente, como si estuviera más vivo, como si fuese a multiplicarse su existencia. Tomó un pan del plato, lo partió en dos e invitó a todos a comer de él en una invitación constante y perenne. El maná llovido del cielo y la multiplicación de los panes y peces llegaban así a su plenitud.
El alimento de la Nueva Alianza es este cuerpo suyo partido en favor nuestro, como lo explica el libro de la Didaché de los Apóstoles: “Así como el trigo que se dispersa sobre los campos y que se reúne para ser uno, así también la comunidad de fieles, convocada desde los extremos del orbe, llega a ser una en la Eucaristía”, para luego orar al Padre de los cielos con las palabras “Así como este trozo estaba disperso por los campos, y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino”. Es el cuerpo de Cristo, que se ofrece a todos aquellos que, sin importar su condición, creen y se han arrepentido.
El papa Benedicto XVI explica, en su libro “Jesús de Nazaret”, que “partir el pan para todos es principalmente la función del padre de familia, que en cierto modo representa con ello también a Dios Padre que, a través de la fertilidad de la tierra, distribuye a todos nosotros lo necesario para vivir. Es también el gesto de hospitalidad con la que se hace partícipe de lo propio al extraño, acogiéndolo en la comunión de la mesa. Partir y compartir: precisamente el compartir crea comunión. Este gesto humano primordial de dar, de compartir y unir, adquiere en la Última Cena de Jesús una profundidad del todo nueva: Él se entrega a sí mismo. La bondad de Dios, que se manifiesta en el repartir, se convierte de manera totalmente radical en el momento en que el Hijo se comunica y se reparte a sí mismo en el pan”.
El plato sagrado sobre el que Nuestro Señor partió el Pan, en la institución de la Eucaristía, conocido también como el Sacro Catino, es traslúcido, color verde, de forma hexagonal con dos pequeñas asas, mide 32 centímetros y aunque durante muchos años se pensó que era de esmeralda, en realidad es de cristal bizantino.
Durante la primera Cruzada, en la toma de la ciudad de Cesarea, en mayo del año 1101, los genoveses encontraron el Plato sagrado en un antiguo templo edificado por Herodes, de donde fue rescatado y llevado a Génova por Guillermo Embríaco, cónsul del ejército genovés.
En 1319, el cardenal Luca Fieschi prestó a la alcaldía de Génova la cantidad de 9,500 genoínos de oro, por lo que recibió como prenda en garantía la sagrada reliquia que pronto logró recuperar la ciudad en 1327, fecha en la que se dispuso que no podría salir nunca más de la catedral, y para asegurarlo se colocó detrás de tres puertas con más de doce candados.
Durante el saqueo de Génova, perpetrado en 1522 por las tropas de Carlos V, los canónigos tuvieron que sobornar a los mandos del ejército invasor con la cantidad de 1,000 ducados a fin de que se respetara el tesoro de la catedral, incluido, por supuesto, el Plato sagrado.
Durante la conquista de Génova por parte de Francia, en 1806, Napoleón Bonaparte se adueñó de la reliquia y la llevó a la Biblioteca Imperial de París, donde fue sometida a examinación por la Academia de las Ciencias, examen que determinó su elaboración a base de pasta de vidrio, por lo que fue devuelta a Génova el 14 de junio de 1816, pero fracturada en diez partes y con un trozo faltante, del que se ignora su localización.
En 1908 fue objeto de una primera restauración, y luego, en 1951 se le practicó una segunda para colocar el borde y un armazón a fin de brindarle mayor sostén a las piezas rotas.
El Plato Sagrado se encuentra actualmente expuesto a la veneración de los fieles en el Museo del Tesoro de la catedral de san Lorenzo, en la ciudad italiana de Génova.
Por Roberto O’Farrill/ Verycreer.com