La vida cristiana transcurre de maneras sorprendentemente creativas, según modos de ser y acontecimientos que hacen diferentes los caminos de cada alma.
Por eso, al leer la biografía de un corazón amado por Dios, se desvelan matices y hechos que solo se explican por ese misterioso diálogo entre un Padre misericordioso y un bautizado libre y «especial».
Así, uno llega al cielo desde la sencillez de la vida en familia, sin focos, sin aplausos, sin reconocimientos, casi en el más completo anonimato.
Otro culmina su carrera entre conferencias y libros, entre aplausos y discusiones, entre críticos y admiradores.
Hay quien avanza inicialmente con momentos de fidelidad y amor para más tarde sucumbir ante el egoísmo y la cobardía. Luego, desde la mirada divina, las lágrimas de conversión permiten el regreso a casa y llevan al gran milagro del perdón.
La lista de caminos es inabarcable. Cada uno podría empezar a contar la propia historia, con su sencillez, con su normalidad, pero siempre con destellos que vienen del encuentro con Jesús Salvador.
Lo importante es dejarnos llevar hacia esa meta que Dios ofrece a todos y a cada uno de sus hijos. Una meta idéntica, porque su Amor de Padre ha querido que las puertas de la misericordia estén abiertas como posibilidad para todos.
La vida sigue su ritmo. La monotonía parece ocultar la belleza de lo que ocurre tras la muerte del salvado, pero no apaga esa llama que se encendió el día de nuestro bautismo.
La luz de Cristo ilumina al caminante y le abre el acceso a la vida eterna (cf. Jn 1,1-4). La esperanza nos da fuerzas. Dios es fiel, y ha preparado un lugar entrañable, único, para cada hijo que es invitado al gran banquete de los cielos.
Por Fernando Pascual