La prensa española dio amplia cuenta del otorgamiento del premio Cervantes a Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, conocido desde los tiempos del movimiento sandinista contra el dictador Somoza. Fue vicepresidente de su país. Se distanció de sus compañeros porque se aferraron al poder y ahora clonaron al dictador en Ortega. A Sergio Ramírez lo salvó la literatura, puerta obligada para la cultura. Su madre le entregó un ejemplar del Quijote y de allí en adelante su alimento espiritual fue la lectura y la escritura, en especial la novela. Por las ventanas abiertas de su estancia percibe el grito del pueblo nicaragüense reclamando libertad. Dedicó su premio a los “asesinados por reclamar justicia y democracia”. Fue un luchador por la libertad, no un revolucionario en busca de poder. Sus excompañeros buscaron acurrucarse al lado de la Iglesia prometiendo democracia y ahora devuelven rencor. El galardonado dijo en su discurso: “Una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas”, entiéndase las dictaduras.
Mucho menos que antes se leen ahora novelas. Las series cinematográficas las han desplazado y así nos roban el pensamiento y la imaginación. Mastican el relato y nos dan el bagazo por alimento. De allí nuestra sumisión a las ideologías adormecedoras. Los textos escolares nos forman la mente sobre lo esencial, enseñando a pensar; pero la literatura abre ventanas, amplía el pensamiento, da vuelo a la imaginación y descubre mundos maravillosos. El cine es otro lenguaje, incapaz de agotar una novela. En esto decepciona.
El historiador Enrique Krause en su libro “El pueblo soy yo” hace referencia a Graham Greene, escritor convertido al catolicismo, quien vino a México recién pasada la persecución religiosa. Greene se detuvo en Tabasco, tierra nativa de nuestro actual presidente electo y conocedor de su obra. Escribió “Caminos sin ley”, reportaje amargo de su viaje por México, Veracruz, Tabasco y Chiapas, y “El poder y la gloria”, su novela más famosa. En Tabasco, “estado sin Dios”, ubica al personaje central de su novela, un sacerdote acosado por las milicias garridistas, huyendo siempre entre pantanos y selvas, arrastrando su vida y su alma en medio del hambre y la embriaguez. El gobernador Garrido Canabal odiaba con odio ‘religioso´ tanto el alcohol como la religión católica. Acosado por el gobierno y por su conciencia, el sacerdote permaneció fiel a su ministerio, y terminó su vida confesado su fe ante el paredón de fusilamiento. Su fe le obtuvo la gracia del martirio. Jesús estrenó el Reino de los cielos en compañía de un ladrón arrepentido.
La experiencia de Sergio Ramírez y la invitación del historiador Enrique Krause nos sugieren echar una mirada al estado de Tabasco, lugar de origen y formación de nuestro presidente electo. Garrido Canabal es uno de los personajes de su admiración. Él veía en Tabasco las “condiciones ideales para destruir de raíz el virus religioso”. Así pretendió hacerlo: “El celo antirreligioso de Garrido Canabal era en sí mismo ‘religioso’, un reverso torcido y cruel del celo que él mismo combatía”, dice el historiador (Pg 189). Esto retrata Greene.
Reflexión o advertencia no son profecía. No deja empero de llamar la atención el halo religioso que envolvió el lenguaje, los signos, las actitudes y las promesas del presidente electo. Las expresiones religiosas merecen atención. La mezcla del sentimiento religioso con el hambre de pan prometido y no cumplido, es preocupante. Material incandescente. Los casos de Venezuela, de Nicaragua y lejanamente de Tabasco, deben mantener a la Iglesia, como Jesús, en cercanía con el pueblo, nunca con el poder. Leer a Graham Greene puede ser incómodo, pero revelador.
Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín