En su Exposición de la fe, san Juan Damasceno -Doctor de la Iglesia- mueve a la reflexión del acontecimiento salvífico que no se queda contenido en el tiempo, sino que lo rasga y se sale de la historia hacia el pasado, hacia el presente y hacia los tiempos por venir: “Por ninguna otra obra, sino por la cruz de nuestro Señor Jesucristo la muerte fue aprisionada, el pecado del primer padre fue perdonado, el infierno saqueado, la resurrección fue donada, se nos concedió el poder de desdeñar las cosas presentes, incluso la muerte misma. Además, por la cruz se dirige convenientemente el regreso a la antigua felicidad, las puertas del paraíso son abiertas, nuestra naturaleza se sienta a la derecha de Dios, y nos hicimos hijos y herederos de Dios. Por la cruz todo fue puesto en su sitio. La cruz es escudo, arma y trofeo contra el diablo. Es sello para que no nos toque el destructor. La cruz es la resurrección de los que yacen muertos, sostén de los que se hallan de pie, bastón de los débiles, cayado de los pastoreados, guía de los que se convierten, perfección de los que progresan, salvación de alma y cuerpo, tutela contra todos los males, protector de todos los bienes, destrucción del pecado, planta de la resurrección y árbol de la vida eterna”. San Pablo, por su parte, en breves palabras expone una gran verdad que impera en toda la cristiandad: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14).
Nuestro Señor murió en esta cruz el Viernes Santo, víspera de la Pascua judía, mientras en el templo se sacrificaban los corderos pascuales. Se llevó a la plenitud el rito de los corderos en Él mismo, quien es el verdadero Cordero Pascual, el que quita los pecados del mundo.
La muerte de Jesús en esa cruz reveló toda su vida. Allí lloró todas nuestras lágrimas y desde allí pronunció compasivamente, para nosotros, estas eternas palabras: -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Desde aquel día, la humanidad vive postrada ante Dios suplicando su perdón por la crucifixión de su amado Hijo. Pasarán los años y las generaciones, y pasarán el cielo y la tierra antes de que Dios olvide aquellas palabras. ¿Sucedió alguna vez que el amor desafiara al odio con un poder más seguro de sí mismo?
El hallazgo de la santa Cruz de Nuestro Señor ocurrió gracias a la incursión que emprendió santa Elena, madre del emperador Constantino a Jerusalén tras la celebración del Concilio de Nicea, entre los años 325 y 327. Allí encontró esta inconfundible cruz romana compuesta por dos maderos: el vertical, llamado stipes, que se fijaba en tierra; y el horizontal, llamado patibulum.
Luego de hacer derribar el templo de Venus, erigido por los romanos en el monte Calvario, el 3 de mayo del año 326 se encontraron tres cruces en el lugar. Para identificar a la de Nuestro Señor, el obispo san Macario hizo que un niño muerto fuese tocado por las tres cruces, y volvió a la vida con la que correspondía a la de Cristo, aunque otras informaciones refieren que se trató de una mujer moribunda que al momento recuperó la salud.
Sobre el sitio del hallazgo se erigió la basílica de la Santa Cruz, llamada también del Santo Sepulcro, donde quedó depositada la sagrada reliquia hasta que en el año 622 los persas invadieron Siria y Palestina, destruyeron Jerusalén, saquearon la basílica y robaron parte de la Cruz.
En el año 628, el emperador de Bizancio, Heraclio I, invadió la capital persa, recuperó la Cruz y la envió a Constantinopla, en donde, para salvaguardarla de posibles ataques de infieles, se acordó dividirla en varias partes. Son los Lignum Crucis, que se conservaron tres en Constantinopla y se enviaron otros a Chipre, Creta, Antioquía, Edesa, Alejandría, Georgia, Damasco y Jerusalén.
En nuestro tiempo, se conservan algunos Lignum Crucis en Roma, Rávena, Milán, Florencia, Colonia, Maguncia, Tréveris, Lieja, París, Sens, Besanzon, Lyon, Ruan, Reims, Tours y Burdeos, entre otras ciudades.
El 19 de octubre de 1128, el patriarca de Jerusalén donó otra parte de la Cruz, resguardada bajo su custodia, al rey Alonso VII de León, quien la confió al convento franciscano de santo Toribio de Liébana, en Cantabria, España. Este es el Lignum Crucis más grande; corresponde al brazo izquierdo y se encuentra armado en forma de cruz dentro de un relicario de plata dorada, de estilo gótico, elaborado en 1697. La cruz de madera mide 63.5 por 39.3 centímetros y cuatro de grosor. La madera es de ciprés.
Por Roberto O’Farrill / verycreer.com