Tolerancia cero frente a los abusos a menores. Estamos todos totalmente de acuerdo. Es literalmente escandaloso, y también inaceptable, que un adulto tenga siquiera esa mirada sobre los chavales, más si la acompañan intenciones tan asquerosas. Todavía es peor si el adulto, por su posición o su cargo, está en una situación especial de autoridad que le procura el respeto y la confianza del niño y de sus familiares.
Los sacerdotes tienen una posición de este tipo, tal vez la más paradigmática de todas, y la Iglesia debe ser muy cuidadosa para que las relaciones entre los pastores y los niños sean las adecuadas. El camino debe comenzar en el Seminario con una educación sentimental esmerada y madura y con el discernimiento sobre las vocaciones, para descartar a quienes tengan inclinaciones incompatibles con el correcto ejercicio de la misión pastoral.
Tenemos que recordar que hace unos años un joven español escribió una carta al Vaticano acusando a un sacerdote de haber abusado de él. El Papa avisó de inmediato al obispo del lugar y los medios se hicieron eco de la denuncia durante meses, con un sinfín de noticias, comentarios y críticas que se ahogaron cuando los tribunales de justicia dictaminaron que no había indicios de que esos abusos hubieran tenido lugar…
Eso no resta ni un ápice para que condenemos la vergonzosa práctica que siguieron algunos obispos en el pasado ocultando los casos que conocían, callando a las víctimas con dinero y trasladando al culpable a otra parroquia. El pueblo de Dios ha pagado un alto precio por actuaciones tan desgraciadas y no deben volver a suceder.
Insisto de nuevo: tolerancia cero contra los abusos a menores en cualquier ámbito de la vida. Es responsabilidad grave de las autoridades correspondientes, civiles o eclesiásticas, el actuar rápidamente, sobre todo para proteger a las víctimas; pero no se puede sostener una acusación tan grave sobre alguien, arruinándole la vida, si no hay alguna prueba o, al menos, un indicio razonable.
Por Marcelo López Cambronero