Entre las expresiones de fe más notables del pueblo católico sobresalen las peregrinaciones. En ellas “se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres” (Aparecida, No. 259). En México, el Santuario de Guadalupe, en el Tepeyac, reúne el más grande número de peregrinos en el mundo. Habrá que sumarle las innumerables peregrinaciones a los Santuarios que pueblan el país. Es un fenómeno religioso, con implicaciones sociales, digno de reflexión. Ofrecemos algunas consideraciones.
1°. Peregrinación. Peregrinar no es sencillamente visitar un lugar, admirar el paisaje o las obras de arte, sino, sobre todo, salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde se ha manifestado, donde sabemos que nos puede escuchar y donde su presencia nos puede curar de nuestros males.
2°. El santuario. Se peregrina hacia un santuario. El santuario que nos acoge es el abrazo misericordioso de nuestra madre la Iglesia que nos reconcilia con Dios y nos acerca a los hermanos. Nos hermana a todos, sintiéndonos hijos del mismo Padre. En el santuario muchos han cambiado sus vidas y reencontrado la esperanza, y en sus muros han quedado grabados los testimonios –exvotos- de haber sido escuchados.
3°. Testigos. La decisión de iniciar una peregrinación es ya un testimonio público de fe. El cristiano, como los Apóstoles, “da testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor”. No se avergüenza de su Señor crucificado y resucitado, ni de su Madre santísima, ni de su Iglesia. Se asocia a su Señor que padece injustamente en manos de los poderosos, y confía plenamente en la justicia del Padre que resucitó a su Hijo de entre los muertos. Peregrinar implica esperar y confiar en la justicia divina.
4°. Cansancio. El peregrino se cansa al caminar, pero el cansancio lo vigoriza. El cansado de siempre no peregrina; se apoltrona y permanece en su inercia toda la vida. Viene a ser un lastre para la comunidad. Sobrevive en su “autorreferencialidad”, llegando a matar el amor al prójimo en su corazón.
5°. La cura. Al peregrinar, el paisaje y las piedras del camino, la compañía y el acompañamiento solidario, el deseo de triunfo y la esperanza del encuentro son medicina para el alma fatigada. Llegar y depositar la mirada en la Imagen venerada, mirarla y dejarse mirar por Ella, es experimentar la ternura y la cercanía de Dios. El intercambio de miradas consuela y sana.
6°. Viandantes. La Iglesia es el “Pueblo peregrino de Dios”, con un pie fijo en las realidades terrenas y en la historia de los hombres, y con el otro levantado hacia adelante, caminando sin descansar. El católico es viandante por vocación. Es siempre prospectivo. El instalado, en cambio, es estático, resiste pero no avanza, cambia sólo para envejecer. Piensa salvarse solo. Por eso, el cambio económico, político y social no pude originarse en él. El Papa Francisco, en cambio, nos quiere “haciendo lío”, siempre “en salida” y con las “puertas abiertas”. Por eso alienta los movimientos populares de Techo, Tierra y Trabajo.
7°. Descarte. ¿Qué significan estos millones de mexicanos que año con año peregrinan con inmensos sacrificios al Tepeyac y visitan otros santuarios del país? Para los poderosos, no significan nada. No pasan de ser un número de estadística, una nota periodística o un cometario compasivo o socarrón. Muy otra cosa piensa la Iglesia y Santa María de Guadalupe, porque Dios jamás olvida el clamor de sus pobres.
Por Mario De Gasperín Gasperín
Publicado en El Observador