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Dos santos que tuvieron celos

Reflexión homilética 30 de septiembre de 2018

No hay que confundir el “celo” que devoraba a Jesús por el cuidado de la casa de su Padre, casa de oración, con los “celos” que destruyen los matrimonios y las mejores obras.

De estos celos destructores hay que huir por encima de todo.

Hoy la liturgia nos presenta cómo junto a Jesucristo y al gran caudillo Moisés hubo dos santos que tuvieron celos en su juventud.

Libro de los Números

Nos habla del corazón generoso de Moisés que, compartió el espíritu que Dios le había dado, con setenta y dos ancianos para poder ayudar al pueblo que hacía enormes colas para que lo atendiera Moisés que era el único que hacía justicia.

En el momento en que Dios llenó con su espíritu a setenta de ellos, también descendió el mismo espíritu de profecía sobre dos ancianos que estaban ausentes.

Cuando le dieron la noticia a Moisés el joven Josué, lleno de celos no santos, gritó espontáneamente al caudillo:

“Señor mío, Moisés, prohíbeselo”.

Moisés, en cambio, le dio la gran lección de su corazón generoso y experimentado:

“¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!”

Esta es una gran lección que nos deben enseñar desde pequeños nuestros padres y educadores para que en lugar de que los celos maten nuestras amistades, el celo verdadero nos ayude a construir un mundo más fraterno.

Salmo responsorial 18

Nos recuerda que “los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”.

(Nada de un corazón encogido por los celos).

A continuación el salmo nos invita a pedir que nunca nos deje caer el Señor en ese pecado que nos hace arrogantes y violentos:

“Preserva a tu siervo de la arrogancia para que no me domine, así quedaré libre e inocente del gran pecado”.

Santiago

Es una muy dura lección la que da el apóstol a los que se aprovechan del prójimo haciendo sus negocios e ilícita fortuna.

Reflexionemos (perdón amigos, porque la expresión es del santo apóstol) lo que dice Santiago a esos injustos que con sus riquezas se parecen a los chanchos que se engordan para que tengan más carne a la hora de la matanza:

“Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza”.

Muy duro, sí, pero muy importante para pensarlo y corregirse a tiempo.

Verso aleluyático

Será bueno que, para no caer en los celos egoístas, pidamos así al Señor:

“Tu palabra, Señor, es verdad, conságranos en la verdad” y líbranos del orgullo y la mentira.

Evangelio

Juan, el más joven de los apóstoles, que aún no conoce el corazón de Cristo, le da esta noticia como un éxito que piensa que hará feliz a Jesús:

“Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros”.

En cambio Jesús, el corazón más grande que ha pasado por la historia, le corrigió con esta respuesta:

“No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.

A continuación el evangelista San Marcos recoge unos pensamientos sueltos que sin duda Jesús enseñó en distintos momentos:

+ El que “os de a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa”.

Una hermosa manera de espiritualizar el servicio al prójimo y más en concreto al evangelizador.

+ Luego habla Jesús muy duramente de los que son causa de escándalo hasta llegar a decir:

“El que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar” para que no flote.

Esta dureza de Jesús se explica ya que el escándalo es llevar al pecado a un inocente poniendo en peligro su alma.

+ Aunque con términos más fuertes, Jesús nos viene a decir que debemos evitar todo lo que nos sirve a nosotros de peligro de condenación.

Aprendamos, amigos, la lección de hoy que es muy importante ya que resulta muy triste el darnos cuenta que por cosas simples y sin importancia aparezcan los celos destructores en el matrimonio, en las familias, en las parroquias, en el trabajo…

Que Dios proteja a la Iglesia de tan horrible pecado.

Por José Ignacio Alemany Grau, obispo