El título de esta columna es un poco pretencioso. ¿Quién soy yo para decir qué es lo que necesita la Iglesia? Sólo soy un laico, un pobre profesor dedicado al estudio y a la reflexión. Sin embargo, precisamente como católico que desea vivir bien, con la gracia de Dios, estoy atento a las palabras del Papa Francisco, que es el timonel que el Señor ha elegido en estos tiempos complejos.
Hace unos días Francisco publicó un texto para regular la formación y estructura de los centros de estudios eclesiásticos. Podría pensarse que sería un mensaje dirigido a especialistas pero, lejos de eso, en sus palabras encontramos una luz que seguir, un camino que nos sirve a los profesores, pero como miembros del Cuerpo de Cristo.
La primera idea que se nos muestra es un profundo deseo de comunión, de eclesialidad -que no es lo mismo que clericalismo… más bien sería incluso lo opuesto. Quienes nos dedicamos a la enseñanza debemos atender a la realidad desde la experiencia del Encuentro con Cristo para evitar convertir el mensaje de la Iglesia en una ideología más. Un Encuentro que es, ciertamente, de cada uno, pero que se produce en el seno de la comunidad cristiana, en la Iglesia.
Ser Iglesia es, por lo tanto, el primer referente de nuestro trabajo. Un error que a menudo cometemos, nosotros y tantos otros, es creer que la razón es neutral y “pura”, y que se debe utilizar dejando de lado nuestra fe y nuestra vida. Este autoengaño nos deja indefensos y expuestos a los criterios mundanos, incluso a los más mundanos entre los mundanos, llegando a adorar ídolos falsos que no son más que invenciones nuestras. Al contrario: nuestra razón está bautizada, es cristiana, y se forma, desarrolla y potencia en las cercanías de nuestro Señor. Lejos de Él no podemos ni ser ni pensar.
De ahí que Francisco insista en la importancia de la fe del profesorado, porque es este sujeto, la comunidad cristiana viva, la que da la identidad a cada centro, y no un ideario escrito en un papel. Una fe que, además, sólo puede crecer si mira a todo el horizonte de la Iglesia, que nos lleva por su propia dinámica hacia los demás, que nos impulsa a colaborar con nuestros hermanos para llevar el mensaje de Cristo a todos los rincones de la tierra.
Por Marcelo López Cambronero