La Nueva Era (New Age) es una corriente espiritual contemporánea, pero no deja de ser una nueva manifestación del pensamiento gnóstico clásico. Por eso, no resulta descabellado buscar en las enseñanzas del gran pensador y obispo San Agustín de Hipona (354-430) una respuesta cristiana a la Nueva Era. Así comienza el artículo que ha escrito Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), en el portal Aleteia.
Tres tipos de personas
Allá por los años 413 o 414, en uno de sus sermones pronunciados en la ciudad de Cartago (en el norte de África), hizo una curiosa clasificación de los seres humanos en tres grupos, fijándose en las grandes corrientes filosóficas de entonces. Así, decía el obispo de Hipona, los hombres se dividirían en epicúreos, estoicos y cristianos.
Los epicúreos pensaban que la muerte termina con toda opción de vivir, así que la vida del hombre ha de centrarse en el disfrute y el placer. Los estoicos se fijaban en las cosas del espíritu. Pero los cristianos iban más allá, proponiendo al Dios revelado en Cristo como sentido de la historia y del universo, Señor de todo, salvador de todos.
Esta triple división de San Agustín nos vale para entender el mundo de hoy, sin contar a los que pertenecen a las religiones no cristianas: por un lado, las personas que viven en el materialismo, sin plantearse un horizonte de sentido que vaya más allá de lo que se puede ver y tocar; por otro lado, tantos que profesan una difusa espiritualidad que denominamos “New Age” o Nueva Era. En tercer lugar, los cristianos.
Y aquí viene la pregunta: si bien es cierto que los nuevos estoicos, los que defienden una religiosidad holística o una transformación de la conciencia universal, comparten con los cristianos una perspectiva espiritual de la vida… ¿qué es lo peculiar del cristianismo? ¿Es válida la propuesta cristiana de sentido para el hombre y la mujer de hoy? Es más, ¿hay alguna posibilidad de fusionar fe cristiana y New Age, como muchos pretenden ahora? ¿Qué diría San Agustín hoy? Miremos en sus escritos, donde encontraremos estas diez respuestas.
- La salvación es un don, no fruto de mi esfuerzo
Los antiguos estoicos se esforzaban por dominar sus pasiones, ser insensibles al sufrimiento y encontrar la armonía interior. Así podrían ser iguales a los dioses, arrebatándoles su plácida existencia. Lo mismo propone hoy la New Age, invitándonos a desarrollar todas nuestras potencialidades internas, ya que dentro de nosotros se encuentra el secreto de la existencia, la solución a todos los problemas. Para ello, se nos presenta una gran diversidad de técnicas que podemos aprender.
Frente a esto, San Agustín deja claro que la salvación es un don de Dios, no un fruto del esfuerzo humano. Su misma experiencia de conversión fue obra de la gracia. Después de muchas vueltas, después de una intensa búsqueda de la verdad, pudo escribir: “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
- La humildad de la fe frente a la soberbia del conocimiento
En su fase neoplatónica, San Agustín había experimentado la arrogancia de creerse poseedor de una verdad que lo hacía superior al resto de los hombres. La New Age tiene mucho de sentimiento elitista, que ejerce una gran fuerza de atracción sobre un gran número de personas que se sienten depositarias de un conocimiento exclusivo, sólo apto para iniciados y elegidos.
Frente a esto, San Agustín subraya la humildad de la fe, el asentimiento de la confianza en un Dios que es mayor que el conocimiento humano. Una fe que puede llegar a todos, y que no se limita a unos pocos que son especiales. La humildad es una característica fundamental de la espiritualidad cristiana, que tiene en su centro a un Dios que se ha humillado, como señala Agustín, que pone en labios del Señor estas palabras: “yo desciendo hacia ti porque tú no puedes ascender hacia mí”.
- Un Dios personal, más allá de nosotros
Los defensores de la New Age utilizan a los grandes místicos y santos cristianos para pretender justificar su propia doctrina, que en el fondo supone la inmanencia de Dios, su confusión con este mundo, con nuestra realidad, cayendo en una postura panteísta: todo es Dios o, más bien, todo es divino. Y así pueden tomar, por ejemplo, y malinterpretar esta frase de San Agustín: “no salgas fuera, vuélvete a ti mismo; la verdad habita en el hombre interior”.
Eso dice nuestro autor, sí. Pero algo es fundamental en Agustín: hay una radical distinción entre Dios y nosotros, entre el Creador y la criatura. En la introspección, en la meditación, en la contemplación… no nos descubrimos a nosotros mismos como divinos, sino que hallamos a Dios dentro de nosotros como alguien distinto. Y en esta clave hablamos de divinización. Así dice el obispo de Hipona:
“Nosotros, por su gracia, fuimos hechos lo que no éramos, esto es, hijos de Dios; éramos ciertamente algo, pero mucho menos, es decir, hijos de hombres. Descendió, pues, Él, para que nosotros ascendiésemos”. Así, deja claro que “uno solo es el Hijo de Dios y con el Padre único Dios. Los demás que son divinizados, lo son por gracia, no nacen de su sustancia”.
- Jesucristo, Dios hecho carne
La New Age habla de Cristo. O, más bien, de “el Cristo”, y de la conciencia crística o la energía crística. Hay que aclarar que tras esta calculada ambigüedad terminológica se esconde una ideología muy distante de la fe cristiana. Para la Nueva Era, el Cristo sería un maestro ascendido, un sabio, un ser divino… que se habría encarnado en Jesús de Nazaret, y también en otros seres humanos a lo largo de la historia, y que ahora regresará como Maitreya, el Mesías de la Nueva Era. Por lo tanto, lo importante es el Cristo espiritual.
San Agustín tuvo que luchar contra la doctrina de los maniqueos, muy parecida. Para ellos, Cristo fue un ser celestial enviado al mundo para enseñar a las almas el retorno a su origen divino, y su crucifixión tenía un sentido meramente simbólico. Agustín contesta subrayando la humanidad de Cristo, la verdad de la encarnación y, por lo tanto, la realidad de la pasión y muerte de Jesús, que no fue un suceso simbólico, sino un hecho histórico.
- Un combate espiritual, frente a una falsa armonía
La New Age, en sus muchas prácticas y técnicas, busca la armonía integral del ser humano, la paz interior, la iluminación, la ascensión en el nivel de conciencia o de vibración, la unificación de la persona… Y todo lo negativo, todo lo que suponga sufrimiento, todo lo oscuro, debe dejarse de lado, con una actitud casi mágica que ha cristalizado en la popular “ley de atracción”, según la cual las personas atraemos lo que pensamos, y basta con desterrar de nosotros los pensamientos negativos para que se aleje el mal de nuestra vida.
Sin embargo, San Agustín entiende la existencia cristiana como una “pugna interior”, una lucha contra las fuerzas del mal, que acechan al hombre por fuera y por dentro: “nuestro corazón es continuo campo de batallas. Un solo hombre pelea con una multitud en su interior”. En este sentido, afirma: “imitemos a Cristo si queremos vencer al mundo”.
- Frente al determinismo, la libertad
En la New Age se cae con mucha frecuencia en el determinismo. Toda postura mágica o esotérica es determinista en el fondo. Pensemos, por ejemplo, en el eneagrama y su distribución de los seres humanos en nueve tipos de personalidad con sus correspondientes características, valores y carencias, posibilidades de relación y de desarrollo, etc. Lo mismo en tantas propuestas que predestinan al hombre o lo contemplan, al final, como una marioneta en manos del universo, de una inteligencia divina, de los astros…
Frente al determinismo y al fatalismo, San Agustín habla del “espíritu de libertad” como propio del cristiano. Y no la entiende como una simple “libertad de” condicionamientos, sino como una “libertad para” alcanzar el fin propio del hombre, que no es otro que Dios, el bien supremo. Así, habría dos niveles de libertad: uno mínimo (el libre albedrío o capacidad de elección) y otro máximo (la posibilidad de elegir la plenitud de vida). Y en el fondo, para poder ser libres de verdad, heridos como estamos por el orgullo y el pecado, necesitamos ser liberados por Jesucristo.
- Resurrección, no reencarnación
Si hay algo fundamental en la New Age, si hay alguna doctrina común a todas las corrientes enmarañadas y confusas en esta galaxia compleja, es la idea de la reencarnación de las almas, que se difunde a pasos agigantados en Occidente. Todo es revisable, nada es permanente, porque en una concepción cíclica de la historia general y de la vida de cada uno, la muerte no supone más que el fin de una de las múltiples posibilidades de existencia.
Estas ideas ya las conocía el obispo de Hipona, que llega a escribir: “en ningún artículo la fe cristiana es tan rechazada como en la resurrección de la carne”. “Nuestra esperanza es la resurrección de los muertos, nuestra fe es la resurrección de los muertos”, afirma San Agustín, quien también dice con claridad: “Cristo ha muerto una sola vez por nuestros pecados; resucitado de entre los muertos, no muere ya y la muerte no tiene dominio sobre él. También nosotros después de la resurrección, estaremos siempre con el Señor”.
- La necesidad de la Iglesia, frente al individualismo espiritual
La popularidad de la New Age se debe, entre otras cosas, a una concepción de la espiritualidad que huye de cualquier pertenencia institucional. En la propia filosofía de la Nueva Era se habla del signo astrológico de Acuario como superación de Piscis, lo que supondría pasar de una preponderancia del cristianismo a una superación de las divisiones religiosas, manifestando lo divino y espiritual que hay común a todos los hombres. El protagonismo lo toma cada uno, y no se acepta una tradición en la que insertarse ni una comunidad normativa. Uno podría ser cristiano, por ejemplo, sin pertenecer a la Iglesia, sin sujetarse a un grupo humano, y mucho menos si es dogmático y jerárquico.
Pero para San Agustín, la espiritualidad cristiana es profundamente eclesial. No se trata de un simple sentimiento de pertenencia a una comunidad espiritual, ni algo puramente interior. La Iglesia es mediación necesaria de la acción de Cristo, y por eso el obispo de Hipona exhorta: “ama a la Iglesia, que te ha engendrado para la vida eterna”.
- La oración, mucho más que meditación
En la Nueva Era, la oración no es más que introspección, diálogo con uno mismo, descubrimiento de la propia divinidad interna, contemplación del yo divino. “No hay nadie a quien contemplar… tú te conviertes en Dios”, como dice el popular Osho. La meditación encierra al hombre en sí mismo, porque no hay alteridad, y por tanto, no puede haber encuentro ni diálogo con el Otro divino.
San Agustín, por el contrario, insiste en que la oración es un diálogo con aquel que habita en nosotros, pero que es distinto de nosotros… es decir, que en la oración no estamos hablando con nosotros mismos: “háblenos Dios en sus lecciones, y hablemos nosotros a Dios con nuestras plegarias. Si escuchamos con sumisión al que nos habla, en nosotros habita aquel a quien va dirigida nuestra oración”. En muchos momentos vuelve a la misma idea, como cuando dice: “tu oración es tu conversación con Dios. Cuando lees, Dios te habla a ti; cuando tú oras, hablas con Dios”.
- Una caridad hecha real, no una buena vibración
La espiritualidad de la New Age es profundamente individualista. Es cierto que muchas de sus propuestas buscan hacer el bien a los demás, compartir con ellos la sanación, las energías… Pero al final lo que se busca es la propia ascensión en nivel de conciencia, el sentirse bien uno mismo, llegar al propio fin.
San Agustín lo tiene claro: “mi amor es mi peso; por él soy llevado adondequiera que soy llevado”. El amor, que es un don de Dios, es, en primer lugar, amor a Dios. Y sólo así puede ser, de verdad, amor a los demás. Cuando San Agustín explica el doble mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, escribe: “dos son los preceptos y una la caridad… No ama al prójimo sino la caridad que ama a Dios. Y con la caridad con que se ama al prójimo, se ama también a Dios”.
Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas