En un documento que inicia con la cita del evangelio “¡No se turbe su corazón!” (Jn 14,1), firmado el 10 de febrero por el cardenal Gerhard Müller, y publicado bajo el título “Declaración de Fe”, quien fuese el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, tanto con Benedicto XVI como con Francisco, explica que “Ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina de la fe, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de la Iglesia Católica me han pedido dar testimonio público de la verdad de la Revelación”. Su testimonio público lo fundamenta con citas del Catecismo de la Iglesia Católica el cual, asegura, “fue escrito con el objetivo de fortalecer a los hermanos y hermanas en la fe, cuya fe es ampliamente cuestionada por la Dictadura del Relativismo” y cita a san Juan Pablo II, quien en el documento Fidei Depositum IV afirmó que es una “norma segura para la doctrina de la fe”.
En el inciso uno, “Dios uno y trino, revelado en Jesucristo”, el cardenal Müller menciona: “El Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, es el único redentor del mundo y el único mediador entre Dios y los hombres. En consecuencia, la Primera Carta de san Juan describe como Anticristo al que niega su divinidad (1 Juan 2,22), ya que Jesucristo, el Hijo de Dios, es desde la eternidad un ser con Dios, su Padre. La recaída en antiguas herejías, que veían en Jesucristo sólo a un buen hombre, a un hermano y amigo, a un profeta y a un moralista, debe ser combatida con clara determinación”.
En el inciso dos, “La Iglesia”, el documento sostiene que “Jesucristo fundó la Iglesia como signo visible e instrumento de salvación, que subsiste en la Iglesia Católica” y agrega que “la obra de la redención de Cristo se hace presente en el tiempo y en el espacio en la celebración de los santos sacramentos, especialmente en el sacrificio eucarístico, la Santa Misa”.
En el inciso tres, “El orden sacramental”, la “Declaración de la Fe” afirma que “La Iglesia en Jesucristo es el sacramento universal de salvación. Ella no se refleja a sí misma, sino a la luz de Cristo que brilla en su rostro”, sostiene que “La Iglesia no es una asociación fundada por el hombre cuya estructura es votada por sus miembros a voluntad. Es de origen divino… La amonestación del apóstol sigue siendo válida hoy en día para que cualquiera que predique otro evangelio sea maldecido, «aunque seamos nosotros mismos o un ángel del cielo» (Gal 1,8)” y asegura: “La tarea del Magisterio de la Iglesia es proteger al pueblo de las desviaciones y de las fallas y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica”.
En el inciso cuatro, “La ley moral”, el cardenal Müller expresa que “La fe y la vida están inseparablemente unidas, porque la fe sin obras está muerta. La ley moral es obra de la sabiduría divina y conduce al hombre a la bienaventuranza prometida. En consecuencia, el conocimiento de la ley moral divina y natural es necesario para hacer el bien y alcanzar su fin. Su observancia es necesaria para la salvación”.
Finalmente, en el inciso cinco, “La vida eterna”, el documento recuerda que “Ocultar estas y otras verdades de fe y enseñar a la gente en consecuencia, es el peor engaño del que el Catecismo advierte enfáticamente. Representa la prueba final de la Iglesia y lleva a la gente a un engaño religioso de mentiras; es el engaño del Anticristo. «Él engañará a los que se pierden por toda clase de injusticia, porque se han cerrado al amor de la verdad por la cual debían ser salvados» (2 Tesalonicenses 2,10)”.
Este documento, la “Declaración de Fe” termina con una invocación: “Estas palabras también se dirigen en particular a nosotros, obispos y sacerdotes, cuando Pablo, el apóstol de Jesucristo, da esta amonestación a su compañero y sucesor Timoteo: «Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio.» (2 Tim 4,1-5)”.
Por Roberto O’Farrill