Giran por Internet textos que invitan a arriesgar. Desde luego, se trata de arriesgar por el bien, la verdad, la justicia. Y de hacerlo de modo oportuno.
Lo importante es reconocer que no estamos llamados a una vida fácil. Existen momentos o situaciones prolongadas en que todo parece sencillo y bajo control. Pero en otros momentos los cambios son tan veloces que los riesgos se hacen presentes y amenazadores.
Entre esos cambios encontramos aquellos que surgen desde nuestras decisiones. Si uno opta por lo fácil, lo cómodo, lo que satisface sin esfuerzo, seguramente arriesgará poco.
Pero vivir para lo fácil y dejar a un lado los riesgos sanos y nobles, ¿no es perder mucho de lo bueno que cada uno puede hacer por los demás?
Ante las diferentes encrucijadas de la vida, el corazón generoso está dispuesto a pasos difíciles, a «complicarse la existencia», cuando ve que puede poner en marcha caminos de mejora.
Entonces uno asume riesgos que valen la pena. Desde luego, resulta necesario evaluar bien si un nuevo proyecto es asequible, si llevará a resultados válidos sin daños desproporcionados.
Por eso, antes de asumir un reto arriesgado, la virtud de la prudencia nos permite ver la situación en su conjunto y tener la perspectiva adecuada.
Luego será el amor el que impulse a salir de uno mismo, a dejar comodidades dañinas, y a arriesgarse para ayudar a otros, cercanos o lejanos.
El tiempo no se detiene. Las decisiones fraguan la historia personal y la de quienes de algún modo dependen de nosotros.
Por eso pedimos a Dios que nos conceda luz para identificar qué opciones buenas tenemos ante nosotros, y que nos contagie con un amor generoso que nos permita acometerlas llenos de esperanza y alegría.
Por P. Fernando Pascual