Tanto Jesús, como los apóstoles que celebraron la Última Cena en la que el Señor nos dejó su Cuerpo y su Sangre en el sacramento de la Eucaristía, comieron recostados, como da cuenta el Evangelio: “Y mientras comían recostados, Jesús dijo: -Yo les aseguro que uno de ustedes me entregará, el que come conmigo” (Mc 14,17), pues en aquel tiempo los comensales se acomodaban en un tipo de mesa conocido como Triclinium, de baja altura.
La mesa quedaba cubierta por un mantel sobre el que se colocaban los alimentos y el vino, mantel que solía ser más fino y atractivo para la cena de la pascua judía. En su obra “Vida de Jesús”, el padre Francisco Fernández Carvajal explica el desarrollo de la cena de pascua: “Durante esta comida se pasaban cuatro copas. Se llenaba la primera y se bendecía el vino y la fiesta misma; se pasaban entonces el haroset, las hierbas amargas con panes ázimos y la salsa. Jesús tomó la primera y la ofreció a los demás. En la segunda copa, Jesús explicaría el sentido de la fiesta con una profundidad completamente nueva, y recitaría la primera parte de los salmos que forman el Hallel”, agrega que “poco después, quizá al escanciar, al fin de la cena, la tercera copa del ritual judío, Jesús tomó el cáliz con vino, añadió un poco de agua según era costumbre y, dando gracias de nuevo, lo ofreció a los apóstoles con estas palabras: -Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes” y enseña que “el pan aparente y el vino aparente que estaban viendo eran Cristo mismo que se daba a ellos. La cena pascual como tal había terminado con la recitación de la segunda parte del Hallel y la cuarta copa de vino. Pero Jesús se detuvo mucho más tiempo con sus discípulos, como solía hacerse en esa noche en las familias”.
La reliquia del Mantel que cubrió la Mesa de la Última Cena se conserva actualmente dentro de urna de plata en el Museo de la catedral de Santa María de la Asunción, de la ciudad de Coria, en Extremadura, España. Fueron los Caballeros de la Orden del Temple quienes la llevaron consigo a España durante su estadía en la fortaleza templaria de Alconétar, y tras la abolición de la Orden mediante la bula Vox in excelso emitida por el papa Clemente V el 22 de marzo de 1312, el Mantel pasó a posesión del obispo que, por seguridad, lo ocultó en la catedral de Coria hasta que fue descubierto en el siglo XIV dentro de un cofre sepultado bajo el piso del presbiterio, con ocasión de las obras de restauración que se ejecutaron entre 1370 y 1403, hallazgo del que da fe una bula del papa Benedicto XIII, de 1404.
El Mantel fue objeto de gran devoción entre 1495 y 1791, pues el día 3 de mayo de cada año era expuesto para su veneración, colgado a manera de pendón en el balcón de la catedral al alcance de los peregrinos que obtenían favores y milagros al tocarlo, pero el obispo Juan Álvarez Castro suprimió las ostensiones y lo reservó dentro de la urna de plata que hasta hoy lo contiene.
En 1960, el Mantel fue llevado al Museo de Ciencias Naturales de Madrid para ser analizado por un equipo investigador coordinado por los científicos Francisco Hernández Pacheco y Alfredo Carrato Ibáñez y por el arqueólogo, historiador de arte y especialista en tejidos, Manuel Gómez Moreno, quienes en 1962 emitieron un dictamen en el que se ubica su origen en el siglo I, se especifican sus medidas exactas de 4.32 por 0.90 metros, se establece que está impregnado con polen acumulado de la región de Palestina, que presenta algunos daños de roturas y desgarros, y se determina su composición de lino puro tejido a la manera palestina con adornos en color azul índigo, similares los Talit, los mantos de oración judaica, en uno de sus lados.
En noviembre de 2006, el Mantel fue objeto de un nuevo análisis científico en el que participaron representantes del Instituto del Patrimonio Cultural de España, del Centro Español de Sindonología y del Turin Shroud Center de Colorado, Estados Unidos. Se emplearon técnicas fotográficas de alta resolución bajo diferentes tipos de luz, se tomaron múltiples fotografías de 10 centímetros cada una, y se analizaron al microscopio muestras de polen y de otras partículas de la tela; todo dirigido a comparar este lienzo con la Sábana Santa de Turín, que mide 4.37 por 1.11 metros, medidas particularmente coincidentes con las del sagrado Mantel.
Por Roberto O’Farrill / www.verycreer.com