Hay límites constitutivos, configurativos que no se vale tocar porque
corrompen lo natural, lo vician, lo enferman, lo desordenan hasta la
monstruosidad.
Una jugada puedes ser maravillosa.
Pero si se da fuera de la cancha no tiene validez.
Hay límites constitutivos, configurativos que no se vale tocar
porque corrompen lo natural, lo vician, lo enferman, lo desordenan
hasta la monstruosidad.
Por eso es tan delicada la ingeniería genética que pretende
manipular el genoma humano.
Parece que los santuarios de la vida no pueden tocarse sin que la
misma naturaleza sancione de alguna manera la profanación. No se
trata de una sacralización artificial sino de un respeto a las
esencias, los principios seminales, que no pueden alterarse sin graves
consecuencias.
Por el mismo estilo está la institución familiar.
Los intentos de llamar familia a uniones que no son de
complementación sino de pura afinidad o a comunas en que se practica
la promiscuidad son signos de degradación social y de decadencia
comunitaria.
La verdadera ciencia es la que, como decía Einstein “repiensa los
pensamientos de Dios”. Es humilde y reconoce sus límites
gozosamente, sin atentar contra la vida o contra el hombre o contra la
sociedad, con intromisiones presuntuosas que la devalúan y la
desprestigian.
Hay un cientifismo barato que, en el fondo es ramplonería, a pesar
de impresionantes fachadas de erudición. Es como una adolescencia sin
madurez que rompe y rasga con el falso señorío de una soberbia
carente de madurez y equilibrio.
Parte de un falso concepto del hombre mismo que se sitúa
equivocadamente frente al cosmos, buscando lo útil sin respeto a lo
esencial.
Decía aquel personaje de Dostoyewsky: “Si Dios no existe, todo
está permitido”
Si el hombre quiere ahora permitirse todo, es que olvida sus
límites de criatura y busca, por caminos de autodestrucción, tomar
el lugar de Dios. Siempre que el hombre no respeta lo divino, se está
volviendo contra sí mismo.
No es progreso auténtico lo que no es evolutivo. Deformar lo que
evoluciona es involución. Las líneas constitutivas seminales del
universo, en su viaje existencial, son responsabilidad del hombre
racional, que debe a ellas su vida, su desarrollo y su destino...