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El deseo indestructible de la verdad

En lo más íntimo de su corazón, con mayor o menor conciencia, cada ser humano desea la verdad. Porque duele haber comprado una caja atrayente que introdujo en el hogar un juego que destroza la vida familiar. Porque hiere el alma vivir alucinado por lo que imponen los medios (controlados por los poderosos de cada época) mientras quedan a un lado temas decisivos para los espíritus que han nacido orientados hacia lo eterno.

A pesar de la nube de mentiras y del miedo a romper con las ideas dominantes, el corazón mantiene encendido un deseo indestructible de verdades. Esas que nos hacen mirar sanamente al presente y a lo venidero. Esas que rompen egoísmos y nos llevan a ayudar al enfermo y al pobre. Esas que empujan a defender la vida de los embriones, tan amenazados en el seno de muchas madres o en las clínicas donde se practica la fecundación asistida.

Ese deseo puede quedar anestesiado o herido por días, meses, años. Pero llegará la hora de dejar modorras y destruir cadenas, para mirar valientemente lo que son las cosas, para reconocer la dignidad de quienes tienen el soplo del espíritu, y para luchar por la justicia, el bien y la belleza.

El mundo, ese gigante creado y controlado por “líderes” que esclavizan bajo presiones de todo tipo, intentará ahogar cualquier esfuerzo por abrir espacios de luz y de pensamiento autónomo. Pero no podrá derrotar corazones valientes y decididos a avanzar, cueste lo que cueste, hacia las verdades que nos abren a Dios y nos unen a los demás seres humanos.