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Campaña contra el Papa Francisco

A últimas fechas se ha iniciado una campaña contra el Papa Francisco. Algunos «vaticanólogos» empiezan a ver una conspiración de los «Conservadores» dentro de la Iglesia, contra los propósitos de reforma que el Cardenal Bergoglio, entonces, y hoy Papa Francisco esbozó, según se dice, durante el Cónclave en el que resultó electo.

Los autores de la «teoría de la conspiración» se remiten al «asesinato» de Juan Pablo I, extraído de películas y novelas, producto del imaginario de algunos «expertos» y que han adquirido gran popularidad y, lo que es peor, verosimilitud popular. Este tipo de obras han requerido que en algunos casos sus mismos autores aclaren que se trata de pura ficción. Pero aún así hay quienes insisten en estas teorías para adquirir popularidad o minar a la Iglesia.

Esto no es una novedad. La Iglesia, como Cristo, es signo de contradicción. Los motivos no faltan, pues ella no participa en concursos de popularidad, en populismos o en busca de lo «políticamente correcto». Su misión es anunciar al mismo Cristo y el encuentro con él, a fin de conocer su voluntad y seguirlo. Este seguimiento implica tomar una cruz, encontrar oposiciones, agresiones, mal interpretaciones y hasta insultos. Los papas de los últimos tiempos tienen esto en común. Repasemos:

En el caso de Pío XII se le ha difamado a partir de la obra de teatro «El Vicario». Desde entonces se ha puesto en duda por los enemigos de la Iglesia la actuación del Papa en torno al caso de los judíos. Se soslaya, por ejemplo, que él fue el redactor principal de la encíclica Mit brennender Sorge con la que el Papa Pío XI condenó al nazismo. El Cardenal Paccelli había sido nuncio en Alemania y tuvo oportunidad de conocer el pensamiento y actuación de los nazis. Además, al finalizar la Segunda Guerra Mundial tanto el Rabino de Roma como las posteriores autoridades israelitas reconocieron la gran labor realizada por el Papa para proteger a los judíos. Bastaría leer los famosos discursos del Papa para que un buen entendedor sepa las numerosas alusiones que el Papa  hizo contra dicha doctrina y quienes entonces gobernaban Alemania. Pero los ciegos voluntarios no quieren ver, y los enemigos de la Iglesia atizaron la campaña -se dice que fue concebida e iniciada desde la URSS- para atacar a la Iglesia. Su proceso de beatificación está en marcha.

Del Papa Juan XXIII se le acusó del torbellino que significaba la convocatoria al Concilio Vaticano II, por su aggiornamiento y falta de definición doctrinal. Basta con leer las encíclicas Pacem in terris y Ad Petri catedram para conocer su profundo pensamiento y su defensa cristiana de los derechos humanos, por ejemplo. Próximamente será canonizado y elevado a los altares.

De Paulo VI se podría escribir muchísimo. Fue atacado a diestra y siniestra, dentro de la misma Iglesia. Sufrió los tiempos postconciliares y los embates de la hermenéutica de la ruptura, la incomprensión del Novus Ordo Missae, el Credo del Pueblo de Dios y la encíclica Humanae vitae, que resultó profética.

De Juan Pablo I se afirma que estaba a punto de dar su visto bueno al marxismo y que por eso “lo asesinaron”. Se silencia, sin embargo, que en su discurso del 20 de septiembre de 1978 señaló que era errado afirmar que la liberación política, económica o social coincidía con la salvación en Cristo Jesús, que el Reino de Dios se identifica con el Reino de los hombres, que donde está Lenin, allí estaba Jerusalén. También se atribuye su muerte a la Logia propaganda due, a los intereses de la Curia, etc. La escena de su asesinato aparece hasta en la serie de El Padrino. Su beatificación está en marcha.

Finalmente está la figura de Juan Pablo II, aplaudido y alabado por todos. Su canonización fue clamor popular el día del deceso: “Santo súbito” decían las mantas y el clamor de los fieles. Después se le quiso enlodar con el tema de los curas pederastas y con el caso Maciel. Llegará a los altares al lado de Juan XXIII.

¿Cuál es la constante? El intento de división, la confrontación y la desautorización por parte de quienes se sienten más teólogos, más pastores y con más autoridad. Como dice el dicho: son más papistas que el Papa.

 Por José J. Castellanos