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Caminen según el Espíritu: Pentecostés

Reflexión dominical para el 24 de mayo de 2015

Celebramos hoy la gran Fiesta de Pentecostés, es decir, del día en que el Padre y el Hijo enviaron el Espíritu Santo prometido a la Iglesia.

  • La carta que hoy nos dirige el apóstol San Pablo comienza así:

“Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley”.

Los frutos del Espíritu, es decir lo que produce el Espíritu Santo en el corazón que colabora con Él, son: “amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí”.

La finalidad con que uno planta los árboles es poder gozar de su fruto, que es lo más importante.

Lo que quiere decir Pablo con esta comparación, por consiguiente, es que lo más exquisito que produce el Espíritu de Dios en nosotros y por lo que sabemos que Él actúa en nosotros, son sus “frutos”.

Pablo termina el párrafo de hoy con la misma idea con la que empezó:

“Si vivimos por el Espíritu marcharemos tras el Espíritu”.

Qué buen gusto ha tenido Dios porque no solo tiene amor… “es amor”.

“Dios es amor” y a ese amor infinito que se tienen por igual las tres Divinas Personas, lo llamamos Espíritu Santo.

¿Quieres amor verdadero? Pídeselo al Espíritu Santo.

  • La primera lectura describe lo que aconteció el día de Pentecostés.

En el relato debemos descubrir dos cosas:

Una externa, que no tiene tanta importancia, pero que la hace el Espíritu para llamar la atención a fin de que se congregue la multitud y así puedan conocer, todos, su presencia: ruido, viento, lenguas de fuego, don de lenguas.

La otra, interior y profunda, es la importante: “se llenaron todos del Espíritu Santo”.

¡Qué simple y sencillo!

Pero esta presencia constituía la realización de las promesas sobre el Mesías.

Ojo amigos, hay muchas personas que se fijan, desean y hasta piden esas cosas externas y lógicamente su vida sigue siendo vacía y superficial.

Pidamos el Espíritu Santo, con la Iglesia, en la preciosa “secuencia” de hoy, que comienza así:

“Ven Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre… Ven, dulce huésped del alma… entra hasta el fondo del alma, Divina Luz y enriquécenos… Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo… reparte tus siete dones…”

  • Rezamos el salmo 103. Mientras tanto meditamos esta pequeña oración que tantas veces hemos repetido en los grupos de la Iglesia católica:

“Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra”.

Por todo esto bendecimos al Señor y lo glorificamos.

  • Jesús promete el Espíritu Santo y con Él la seguridad de que Jesús es el enviado de Dios:

“Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí”.

Con la fuerza del Espíritu Santo también nosotros daremos testimonio de Jesús porque desde el principio estamos con Él.

Me imagino que con esto podemos pensar que Jesús espera que demos testimonio de Él “porque desde el principio estáis conmigo”. Esto podemos entenderlo porque la mayor parte fuimos bautizados de pequeñitos.

Hemos de pensar también que Jesús, en aquel momento, quería decir muchas cosas a los discípulos porque ellos habían de ser los que continuarían a través de los siglos todo su plan de salvación.

Pero como buen pedagogo sabía que no eran capaces de aprender y guardar tantas maravillas en su corazón.

Por eso les advierte: “Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”.

La ventaja de todo esto es que lo que enseña el Espíritu es lo mismo que lo que enseña Jesús y lo mismo que el Padre Dios quiere confiarnos.

Esa es la comunión plena de la Trinidad. Por eso puede decir Jesús: “hablará lo que oye y os comunicará lo que está por venir… Recibirá de mí lo que os irá comunicando”.

Cada una de estas frases debemos meditarla si queremos entender un poco las maravillas del misterio trinitario.

Para explicarlo mejor Jesús añade:

“Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.

Gritemos desde lo más profundo de nuestro ser en estos días:

¡Ven, Espíritu Santo, amigo y Dios verdadero con el Padre y el Hijo!
Gracias porque eres el Huésped oculto de mi corazón.
Allí donde nada ni nadie puede entrar,
estás tú amándome y aconsejándome
para que haga lo que me puede hacer feliz
a mí mismo y a los míos.
Entra en el hondón del alma y quema la miseria que cargo.
Haz que el amor más puro incendie mis mejores sueños para hacerlos realidad.
Divina Luz, riega, lava, sana, guíame por Cristo al Padre.

José Ignacio Alemany Grau, obispo