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Una encíclica estupenda

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El Papa nos acaba de regalar su primera encíclica, titulada en español «Dios es Amor». Es un documento magnífico.

En una época en que en el nombre del amor se hacen muchas tropelías, donde el nombre de Dios se usa para justificar el odio, esta encíclica es de lo más oportuno. Nos encontramos  en un mundo que ha perdido el sentido de la vida y, al perder el sentido de la vida, se ha perdido el sentido del Amor. Se ha prostituido esta palabra y se le ha despojado de significado, de modo que ya sólo da una pálida idea de su contenido. Lo que el mundo llama amor puede ser casi cualquier cosa. Puede ser capricho o encaprichamiento; puede ser instinto sexual despojado de consideración al otro, sin voluntad de compromiso y de permanencia; puede ser dos egoísmos compartidos… mientras dure la ganancia mutua.

Empieza nuestro Papa hablando del amor entre hombre y mujer, ese amor que es toda una revelación de lo que es el amor de Dios. Cuando, en el relato de la Biblia, dice Dios: «Hagamos al Hombre a nuestra imagen y semejanza», estaba pensando en hacernos un ser capaz de amar, de formar una comunidad de amor, de ser capaces de un amor fuerte, comprometido. Habla nuestro Papa de las distintas modalidades del amor: del Eros, un amor que busca la posesión del amado, y de Agapé, un amor que busca la donación al ser amado. Dos aspectos, dos caras de un único amor, el amor que Dios mismo nos tiene, que nos quiere para que estemos con Él toda la eternidad y que nos amó tanto que fue capaz de dar a su propio Hijo, para que muriera por nosotros, en el mayor acto de donación de que es capaz persona alguna: el de dar la vida por el que ama. Y ambos aspectos son buenos, porque Dios mismo los puso en nuestro corazón.

Sí, el amor humano se da en la dimensión del dar y darse, en la de recibir y ser recibido y también en la de trascender, en que ese amor de la pareja sea capaz de rebasar los límites de los dos y llegar a otros. Un amor que trasciende.  Ese amor da origen al hijo y después continúa en un permanente acto de donación a los hijos.

Y esa trascendencia vas más allá de los hijos; se expresa en el amor al prójimo en el único mandamiento de Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín. Ama como Dios quiere que ames y no habrá nada que puedas lamentar, nada en tu vida habrá sido inútil, no habrá nada que temer, porque el que ama como Dios quiere que amemos no se equivoca. Gracias, Santísimo Padre, por tu regalo de esta encíclica.