Cuando la política es incapaz de crear un orden justo en la sociedad, donde a cada uno le sea reconocido lo propio en cuanto a su dignidad y donde nadie sufra a causa de las desigualdades, la virtud del arte nos dona una orientación estética que nos permite respirar libertades perdidas.
El arte se pone de moda. Y esta moda me gusta por la vida que nos da y los versos que nos injerta. La atmósfera creada por la Fundación Arco, organización entregada a la promoción del arte contemporáneo, celebra su XXV edición en un clima de optimismo y autoafirmación. Es una buena noticia. El soplo artístico, el momento preciso, es como un corazón que ve y actúa en modo consecuente. La diversidad de la belleza, motor de ideas, siempre es una atrayente e interesante plataforma para la reflexión y el debate. Los artistas, cantautores del color y poetas del dibujo, nos salen al paso con sus obras, a través de las cuales se dirigen a nosotros; haciéndonos partícipes de ese universo luminoso impregnado de signos de amor y de creativos lenguajes de paz. Lluvia amorosa que se agradece como calmante a tantos desconsuelos.
Con su maestría, los hábiles autores de abecedarios luminosos, se acercan para llenarnos la soledad que soportamos, nos ponen en otro camino muy distinto al trajín diario de no ir a ninguna parte, nos encienden los sentimientos, de modo que podamos aprender a conjugar el amor con la inspiración. El amor como la destreza artística, de hecho, jamás nos lo encontramos de pronto, sino que precisa un tiempo de maduración; por así decirlo, nosotros podemos cultivar el talento, aprender lentamente a amar con todas nuestras fuerzas de lucidez, pero es norma trazar la autenticidad como vida vivida. No es tan importante que el arte se consolide entre los españoles como el tercer objeto de inversión, tras la construcción y los productos financieros, como que ese arte de cuerpo y corazón a nuestra existencia.
Cuando la política es incapaz de crear un orden justo en la sociedad, donde a cada uno le sea reconocido lo propio en cuanto a su dignidad y donde nadie sufra a causa de las desigualdades, la virtud del arte nos dona una orientación estética que nos permite respirar libertades perdidas. Con frecuencia, la razón queda cegada por intereses y por la voluntad de poder. El arte sirve para purificar la razón, para que podamos ver otros horizontes. Por eso, hay que ir más allá de una feria institucional, de protagonismo sólo para galerías y revistas de arte, porque potenciar el ingenio es algo que nos interesa a todos los seres humanos; puesto que, aparte de curar la razón y reforzar la voluntad con la belleza, nos encamina al bien. En un mundo tan profundamente herido como el actual, creciente en la mediocridad, cualquier espacio de apertura es saludable. Sin duda, las alegrías del arte son las más puras, porque amarlo es como besar el cielo. Esta pasión de amante/amado bien vale un brindis.