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Yo pinté a Dios

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Con la malicia con que se hace la caricatura debe medirse su oportunidad, como quien mide la temperatura del agua con la punta del pie.

Me he paseado por los servicios públicos de las estaciones de autobuses, facultades de universidad o superficies comerciales, y me ha encontrado con grafittis muy buenos. Las puertas de estos lugares recogen dibujos de alta categoría artística y otros que producirían risa, pero nos quedamos serios para no revelar ignorancia. También estos lugares contienen otros mensajes que silenciamos.

Yo me he tragado carcajadas ante la mujer llorando de Picasso y me he quitado el sombrero ––aunque no llevo––, con disimulada sonrisa de Gioconda, ante las gordas de Botero. Y finalmente están las caricaturas de prensa y de éstas hay también variedad de estilos y categorías.

Hay dibujos para reír y para llorar. Los hay para enfurecer y los hay para hacer pensar. Los hay impublicables y otros que, a pesar de serlo, se publicaron. Y entre los temas delicados, ninguno tanto como el de las religiones. Se topa fácilmente con fanatismos e intransigencias. La inteligencia, por el contrario, no es fanática y transige con el humor y si lo encuentra despreciable, prefiere ignorarlo y no irse a la guerra santa.

Caricaturas del Dios cristiano las he visto en biblias y en catecismos infantiles. Son dibujos amables, lógicamente. Parece que al profeta Mahoma, por canon de esa creencia, no se lo puede dibujar de modo alguno.

A mi me gusta dibujar lo que he visto y he contemplado, pero lo que no conozco siempre es una caricatura de uno mismo.

Si me he atrevido con Jesús de Nazaret, el gran profeta del cristianismo, ha sido por medio de siluetas ingenuas, por lo general inscritas en el recibimiento de alguno de los políticos en el cielo de los ‘justos’. Esto porque a nadie he colocado en el infierno ni me creo un Buonarotti para hacerlo, como tampoco se me hubiera ocurrido pintar al profeta del cristianismo, hijo de Dios para los creyentes, con atuendo terrorista o de secuestrador.

Todo tiene su medida. Hay que autorregularse. Con la malicia con que se hace la caricatura debe medirse su oportunidad, como quien mide la temperatura del agua con la punta del pie. El asunto de los dibujos daneses es además extraño por la reacción que provocaron, tan extemporánea como desproporcionada.

No sé cómo ni en qué circunstancias se tomaron las tales viñetas como un desafío entre culturas. Quizás todo venga hilado con la reacción que quemó autos en París, por centenares, o con el rechazo legítimo del alma iraquí a la tortura de sus connacionales. Avanza, entre tanto, el juicio a Hussein y el Hamas se convierte en Autoridad Palestina, al tiempo que Irán hace conatos nucleares. Todos estos temas son más grandes e importantes, pero mucho más, que los dibujos improcedentes, que rozaron una piel lastimada.