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Entre la fe y el equívoco

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Se cumplen este año los cuarenta años de la muerte del cura guerrillero Camilo Torres.

Se cumplen este año los cuarenta años de la muerte del cura guerrillero Camilo Torres. Eran tiempos de frenesí revolucionario, de contagio emocional irradiándose desde la revolución cubana, que permitían creer que esa vía armada era la vía correcta, la vía única y además factible y realizable para emprender la supuesta epopeya libertaria que debía conducir a conquistar ese bíblico paraíso laico llamado socialismo.

Lo equívoco, lo retardatario, lo antirrevolucionario y hasta lo peligroso en ese entonces era cuestionar o mirar crítica e inteligentemente el verdadero significado de esa alternativa de horror y muerte que planteaba la conquista de ese confuso y mal soñado sueño.

La presencia del cura Torres en ese proyecto aventurero y carnicero, sin duda alguna, legitimó en términos morales y políticos la posibilidad de asumir la lucha armada como un camino auténtico, tanto para la realización existencial como para la realización de esos ideales que eran colectivos. Su ejemplo ayudaba a asumir esa especie de compromiso inexorable en la historia.

Todas las épocas comparten procesos de estirpe esencialmente emocional y pasional, de grandes pulsiones colectivas que alimentan y refuerzan la "hermosa violencia" de los impulsos interiores. Épocas donde la política, antes que análisis, antes que fría y calculada ingeniería pragmática que determina y orienta los cursos de la acción, hace que colectivos sentimientos y pasiones se desaten y prevalezcan como elementos decisivos que impulsan el quehacer político.

Es cuando la política también es una fe, que sin duda puede hasta mover montañas, cuando es una comunión sentimental con grandes ideales. La política, siempre y cuando no sea un simple engendro maquiavélico, no es en muchas ocasiones un frío esquema racional que prescribe las acciones, es fe, de alguna manera estremecimiento religioso, no es un acto matemático y aséptico. Y en ese sentido demanda y exige compromiso y, sobre todo, impone autenticidad.

En este contexto es que debemos comprender el gesto del cura Torres y el emotivo proceder que convocó a toda una generación en los rituales erráticos de esa lucha despiadada. Ninguna fe puede ser racional, pues la fe no resuelve las dudas, las consume. Hoy podemos "juzgar" lo equivocado de los procesos y los métodos que condujeron a su fracaso en lo político, pero ni hoy ni nunca podremos someter a juicio válido los fundamentos éticos, las maravillosas fuentes de su autenticidad humana, esa que permite que alguien entregue su vida a una causa en la que cree y en la que sueña. En este sentido, Camilo fue ejemplar. Fue una figura que encarnó como pocos la autenticidad y la entrega, la hermosa plenitud de un hombre que no traicionó nunca su verdad interior. Lo trágico y estúpido es suponer que toda fe política, o que todo gesto de autenticidad es atemporal y escapa a los condicionamientos de la historia.