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El lenguaje de la incomprensión y la cultura de los extremismos

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Más que la imposibilidad de comprender, está la imposibilidad de sentir. Los corazones de piedra se han puesto de moda.

De todos los lenguajes, el único que me entusiasma sobre todos los demás, es el universal de la creación, aquel que pone en orden y armonía el cosmos, y que todos estamos en disposición de percibir. Todo lo contrario a esos otros lenguajes humanos que nos desavienen porque chirrían frialdades, rechinan apatías y crujen en discrepancias. Considero que, de un tiempo a esta parte, la incomprensión ha ganado posiciones. Las ideas extremas o exageradas también han tomado su vida, bailando al mismo son de enredo que de confusión. El guirigay de batallas y el galimatías de contradicciones superan el lenguaje de las chirigotas. Con este patio, en carnaval continuo, resulta muy complicado tomar acuerdos. En un mundo disfrazado, fiarse es todo un atrevimiento.

Más que la imposibilidad de comprender, está la imposibilidad de sentir. Los corazones de piedra se han puesto de moda. El extremismo sectario y la violencia son gigantes que caminan sobrados de desamor. Al secretario general de la ONU, Kofi Annan, no le ha temblado la voz para pedir acuerdos y ponderación a la Alianza de Civilizaciones. Propone la tarea de identificar medidas concretas y específicas para que se oiga la voz de los moderados y se frene el círculo vicioso de los prejuicios e incomprensiones mutuas que alimentan el extremismo y la violencia. No cabe duda de que los tiempos venideros acrecentarán el fenómeno de la globalización, el proceso por el que el mundo se convierte cada vez más en un todo homogéneo. Bajo este marco, libertad y moderación, es medicina sabia. Sin olvidar que nadie puede hacernos sentir sumisos, sin nuestro beneplácito. Hay que defender y apoyar la autonomía propia de cada persona en su organización social, cada una en su esfera singular, tratar de entenderse con acciones concertadas y conjuntas. O sea, buscar el punto de juicio y la visión de unidad en concierto.

Lo que dijo Annan no tiene desperdicio. Convendría tomar buena nota de ello. Subrayó la importancia de que la sociedad, y en especial los jóvenes, comprendan que quienes gritan más alto o actúan de manera más provocativa no suelen representar los verdaderos sentimientos de quienes dicen defender. Lo de sacar pecho y plantar cara, incomprensiblemente, es el pan nuestro de cada día. Alumnos que insultan y pegan a sus docentes con total descaro. Lo nunca visto. Alguien me anuncia que ha llegado el circo a las aulas. Eso sí, los docentes, deben saltar a la pista sin látigo. En plan domador, claro está. Las fieras no entienden de maestro. A esto hay que añadir que la autoridad del instructor está por los suelos y que cuenta con los parabienes de algunos padres. Los hay que asienten por decreto filial, forzados por sus propios hijos. Otros padres siguen la onda de la misma sociedad, en plan pasota y pasivo, viéndolas venir para esquivarlas. En el entreacto del aulario circo que a ningún enseñante se le ocurra darle un cachete al niño, vaya que se nos traumatice el golfo; perdón el chaval.

Bajo este número circense, la enseñanza, se ha convertido en el más difícil todavía. Esa juventud altanera es la misma que se concentra los fines de semana para darse duchas de alcohol y baños de drogas por las plazas, en parte con el consentimiento de sus padres que suelen ser los que pagan el absurdo divertimento de levantar litronas. La consecuencia salta a la vista. No hay que ser ciego. Rompen todo a su paso, lo embadurnan de cristal y jeringas. Si alguno le llama la atención, lo miran despreciativamente. En suma, que tienen todos los derechos y ningún deber. Son insolventes consentidos por la sociedad. No pagan ni un plato roto. Si la estabilidad educativa en nuestro país continúa siendo una quimera y lo educativo es incapaz de fomentar el desarrollo integral y armonioso de la persona, ya me dirán cómo se puede educar a unos monigotes embriagados. Qué me lo expliquen.

Todo este descontrol de martirios acrecienta, como es propio, más monsergas. Los desafectos nos dejan sin afecto. Las parejas tienen problemas de incomprensión. Los mayores, cosechan incomprensiva soledad. Los niños reciben la incomprensión de los adultos. La indiferencia se sube al poder. Y la discrepancia gobierna como gallo en corral. La pugna, como el cisma, es historia de nuestra historia de vida. Incluso la fe, en la concepción virginal de Jesús, ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensiones por parte de los no creyentes, judíos y paganos. Para el secretario general de la ONU, en la actualidad, "el problema no son las creencias, sino los pequeños grupos que distorsionan la fe para apoyar su causa", por lo que apostó por animar a la mayoría moderada a "rechazar y denunciar a quienes se muestren irrespetuosos de los valores y principios de solidaridad presentes en todas las grandes religiones".

En todo caso, frente a los urgentes problemas de la sociedad global, casi todos ellos generados por la incomprensión y los extremismos, pienso que es muy relevante la colaboración de todas las religiones. Creo que deben sentirse llamadas a renovar sus esfuerzos de cooperación para promover la vida humana y su dignidad, defender los ancestrales valores de la familia, aliviar la pobreza con su ejemplo, fomentar la justicia con su voz, y ayudar a preservar el ecosistema de nuestra tierra, como fruto de vida que nos da vida.

La falta de comprensión que sufrimos actualmente y la viveza de extremismos que soportamos, hace que nos estemos moviendo en un terreno peligroso. Pienso que habría que darle un gran impulso al encuentro entre diversos, lo que conlleva el entendimiento de unas regiones con otras y de unas religiones con otras. Una luz de esperanza, en este sentido, es el papel que vienen desempeñando algunas confesiones religiosas en favor del diálogo y de la paz, allanando así las difíciles relaciones internacionales que a veces se producen entre naciones. Sólo la moderación y la sabiduría abren camino a la convivencia. Sin duda, el lenguaje de la incomprensión y la cultura de los extremismos, sobre los que gravita un peso importante de los conflictos actuales, tendríamos que desterrarlos o enterrarlos, tanto por su fondo de división como por su forma de ruptura.