«Van dos días que sucedieron estas cosas: los jefes de los sacerdotes y los jefes de nuestra nación lo hicieron condenar a muerte y clavar en una cruz. Nosotros esperábamos creyendo que Él era el que ha de libertar a Israel».
Nuestra esperanza ha muerto. Jesús ha muerto. «Dios ha muerto», dicen los profetas de la desgracia malamente llamados filósofos. Lo hemos visto morir en la cruz en la forma más denigrante. Tal vez María, al pie de la cruz, muy adentro de su corazón, abrigara alguna esperanza: «Mi Dios no me puede fallar. Esto tiene que abrigar alguna bendición.» Y Juanito, en actitud solidaria, acompañaba a su querido Maestro y a su venerable Madre en ese momento de derrota. Todos los demás huyeron asustados, tristes, resignados, decepcionados, desesperanzados…
Nuestra esperanza ha muerto. Creímos que iban a terminar las guerras, el terrorismo, la violencia, la corrupción, las injusticias, las crisis, la inmoralidad, el desempleo, la pobreza, la enfermedad… Y van dos días, dos años, dos décadas arrastrando esta carga y nada mejora; si acaso las cosas cambian para peor. Qué habrán sentido los seguidores de Jesús al verlo en manos de sus enemigos y ver que el tiempo pasaba sin que ocurriera un prodigio, al verlo agonizar, al verlo enterrado. Cómo se parecen algunas vidas a la situación de los discípulos en ese momento. Esta vida es un peregrinar entre la muerte y la resurrección. Como los discípulos, vamos andando decepcionados, «con la cara triste».
«Entonces Jesús les dijo: ‘¡Qué poco entienden ustedes y cuánto les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! El Cristo tenía que padecer para entrar en su gloria’». Cuánto nos cuesta a nosotros creer lo que nos ha anunciado Jesús.
Y María tenía razón. Dios no puede fallar. «Algunas mujeres fueron al sepulcro y volvieron a contarnos que se les habían aparecido unos ángeles que decían que estaba vivo. El sepulcro estaba vacío. El Señor resucitó y se dejó ver por Simón.
Jesús ha resucitado. Toda esta contrariedad abrigaba una bendición. Aunque no podamos verlo y nos cueste trabajo creerlo, como a los discípulos, el Señor ha entrado en su gloria. «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra». «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones y voy allá a prepararles un lugar. Si me voy a prepararles un lugar, es que volveré y los llevaré junto a Mí, para que, donde Yo estoy, estén también ustedes». Después del sábado viene la Pascua.
Esperanza es alegrarnos por aquello que aún no podemos ver. Se necesita tener fe contra toda apariencia. Acerquémonos a María. Ella fue quien compartió el sufrimiento y conservó la esperanza hasta el final, y seguramente la primera en recibir la buena noticia. Que su presencia nos contagie su esperanza.