Al hombre soberbio le cuesta creer que Dios no tenga secretos con nosotros, le cuesta aceptar que Dios sea tan sencillo y concreto como se nos muestra en los Evangelios y en su Iglesia.
De vez en cuando nos sobresaltamos con la noticia de que algún niño se ha tirado por el balcón de su casa, pensando que sería capaz de volar. Tantos juegos virtuales e interactivos, llegan a producir serios trastornos en la percepción de la realidad. ¡Peligros de la infancia!, diría alguno… ¿Y los adultos? ¿No tenemos también el riesgo de confundir ficción con realidad, llegando a percibir y juzgar la existencia desde una novela?
La proliferación de tantos Códigos Da Vinci en librerías y salas de cine, ha de tener a buen seguro una explicación múltiple y compleja: morbo que reduce la espiritualidad a un juego de detectives, religiosidad de consumo privado sin exigencias morales, carencia de formación histórica y humanista que pretende ser suplida por novelas de ficción, ataque sistemático a la Iglesia Católica –siempre contra la católica y no contra otras, es curioso- …
Dado que el autor de Código Da Vinci afirma haber fundamentado su novela en exhaustivas investigaciones, es especialmente conveniente que examinemos las fuentes históricas en las que dice apoyarse. Nos referimos a los evangelios apócrifos de origen gnóstico. ¿Qué son los evangelios gnósticos? ¿Es cierto que Dan Brown ha podido encontrar base histórica e ideológica para su fábula en esta literatura gnóstica?
El gnosticismo es un conglomerado de herejías que se extienden a partir de mediados del siglo II, principalmente por Siria y Egipto. Desde allí se difundieron hasta el siglo VI por diversas partes del Imperio Romano, momento ya en el que poco a poco se integran en el maniqueísmo. Como es lógico, las sectas gnósticas rechazaban nuestros evangelios canónicos (Marcos, Lucas, Mateo y Juan) y escribieron otros evangelios (muy posteriores) en los que fundamentaban sus teorías. La doctrina gnóstica fue considerada herética por la Iglesia Católica fundamentalmente por dos motivos: en primer lugar porque niegan la bondad de la creación material del mundo. Ellos piensan que la materia es mala y fue creada por un dios que engañó al Dios todopoderoso. En segundo lugar, y en consonancia con lo anterior, la Iglesia Católica declaró también herética la doctrina gnóstica sobre Jesús, al considerar que su cristología era “docetista”: Jesús no era verdadero hombre. Había tomado la apariencia de hombre, pero en realidad era como un dios disfrazado de condición humana. Frente a estas corrientes, entre otras, la Iglesia afirmó en el Concilio de Nicea (325 ) que Jesucristo era verdadero Dios y verdadero hombre. La encarnación no era una apariencia, sino que el Hijo de Dios asumió la naturaleza humana con todas las consecuencias.
Pues bien, después de examinar la doctrina gnóstica, ¿cabe pensar que las fábulas de Dan Brown han podido encontrar base histórica en esos evangelios apócrifos, como él afirma? Veámoslo con detenimiento:
En las páginas 305 y 306 de la novela, el autor afirma que en el Evangelio de Felipe (perteneciente a las citadas corrientes gnósticas) se afirma que María Magdalena era la “compañera” de Jesucristo. La novela pretende abrir un nuevo horizonte al lector, al descubrirle que en hebreo o arameo “compañera” significa “esposa”. ¡María Magdalena sería la esposa de Jesús según este evangelio gnóstico! La cuestión es verdaderamente ridícula, ya que el citado evangelio no está escrito en hebreo o arameo, como la novela de Dan Brown supone, sino en griego copto. El término “koinonos” no podrá ser traducido nunca por “esposa”, sino por “compañera” e incluso como “discípula”.
Pero el campo principal para rebatir a Dan Brown no es tanto el filológico, por mucho que en su novela cometa errores tan espectaculares como este último que hemos señalado, sino sobre todo la comprensión teológica de las doctrinas gnósticas heréticas, en cuyos evangelios él pretende apoyarse para descubrir la auténtica imagen de Jesucristo. Veamos dos ejemplos: La doctrina gnóstica pensaba que el matrimonio era despreciable, porque para ellos procrear hijos era tanto como perpetuar la materia, que es mala y mantiene apresada la chispa de luz divina. Es absolutamente impensable que un seguidor de Jesucristo de tendencia gnóstica pudiese afirmar que Jesús se hubiese casado. Para ellos hubiese sido tanto como denigrar a su propio líder. Es más, frente a aquellas herejías, fue la Iglesia Católica la que salió en defensa del matrimonio como institución natural y como camino para la realización de la vocación al amor que Dios ha dado al hombre. Si los evangelios no cuentan que Jesús estuviera casado, es simplemente por la sencilla razón de que fue célibe. No hay ni un solo indicio histórico, ni siquiera en los evangelios apócrifos, que nos conduzca a pensar lo contrario.
Algo parecido hay que decir de una de las tesis del Código Da Vinci, que afirma que Jesús sólo fue un mero hombre, y que en siglos posteriores la Iglesia formuló unos dogmas que divinizaron la figura de Cristo. ¿Y esto también pretende fundamentarlo Dan Brown en los escritos gnósticos? ¿Pero no se da cuenta de que, como hemos explicado, la herejía gnóstica pecaba justamente de lo contrario? Los gnósticos eran “docetistas”, pensaban en Cristo más como dios que como hombre. Lo que negaban precisamente era su condición humana, no su condición divina. Una vez más, tenemos que decir que negar la divinidad de Jesucristo apoyándose en las fuentes gnósticas, es un disparate histórico. Es utilizar una herejía para afirmar otra herejía totalmente contraria a la anterior.
Sin embargo, hay algo en lo que sí coinciden la herejía gnóstica y tantos Códigos Da Vinci en boga en nuestros días: el ocultismo, la creencia en que Dios será conocido por los rastreadores de los secretos sin descifrar, las cábalas, la desconfianza… Nada que ver -más bien todo lo contrario- con lo que afirma Jesús en los Evangelios: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los que se las dan de sabios e inteligentes, y se las has revelado a la gente sencilla” (Lc 10, 21) “A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). Todo lo que sabemos los cristianos es lo que en el Catecismo de la Iglesia se enseña. Y está expresado abiertamente para cualquiera que desee conocer la fe cristiana, y adquiera para ello los textos precisos en una librería religiosa.
Pero al hombre soberbio le cuesta creer que Dios no tenga secretos con nosotros, le cuesta aceptar que Dios sea tan sencillo y concreto como se nos muestra en los Evangelios y en su Iglesia. A veces ocurre que proyectamos en Dios nuestra forma complicada de ser, y nos imaginamos la religiosidad como un oscuro jeroglífico a descifrar.
Todavía me estoy acordando de un asiduo lector de este tipo de novelas, que un día se me acercó en la calle, diciéndome en voz baja y tono misterioso: “¡Ustedes saben cosas que no pueden contar!, ¿verdad?”. No pude por menos de dar gracias a Dios de que a Dan Brown no se le hubiese ocurrido mencionar en su novela alguna técnica de suspensión de los cuerpos en el aire, custodiada por los templarios en las cuevas secretas del Vaticano; porque a buen seguro que hubiésemos visto también a ese hombre precipitarse al suelo desde el balcón de su casa.