Impulsó una corriente de pensamiento y un movimiento llamado personalismo comunitario.
“La vida de la persona no es una separación, una evasión, una alienación; es presencia y compromiso” E. Mounier
Emmanuel Mounier, el hombre comprometido, el filósofo, el creyente, impulsó una corriente de pensamiento y un movimiento llamado personalismo comunitario, debido a que pone en el centro de la reflexión y de la acción a la persona humana, en todas sus dimensiones.
Nacido en 1905 en Francia, su vida transcurre entre las dos guerras mundiales. Estos y otros acontecimientos, lejos de hacerle perder el sentido de su identidad cristiana, le refuerzan en ella. El dolor no es para él tema de un análisis existencial, sino sobre todo, una vivencia que experimenta y afronta en carne propia.
Durante la segunda guerra mundial es obligado a vestir uniforme militar y destinado a los Servicios Auxiliares del Ejército. Debido a su oposición al régimen de Vichy, y como responsable y editor de la revista Esprit, Mounier es encarcelado injustamente por sus ideas. El 15 de enero de 1942 es arrestado en su domicilio. Pasan cerca de diez meses sin que se le diga cuál es el motivo de su reclusión, por lo que decide iniciar una huelga de hambre. Al noveno día, debilitado, es transferido a un hospital y al poco tiempo es puesto en libertad.
Mientras estaba en prisión, un sacerdote le niega la comunión, bajo argumentos poco sólidos, como el hecho de que Mounier se rebelara contra el poder establecido. En aquel entonces escribió: “puesto que el sacerdote visible no quiere que yo comulgue con las especies visibles, Dios quiere concederme un reflejo eucarístico en mi presencia en la Iglesia sufriente y abandonada…”
Antes, en 1940 había experimentado un gran dolor, cuando su primera hija, Francisca, enferma después de una vacuna contra la viruela; se le diagnostica una encefalitis que la mantiene en un estado de inconciencia, “en una misteriosa noche del espíritu”. Cuando Mounier se entera que es un proceso irreversible, escribe a su esposa: “¿Qué sentido tendría todo esto, si nuestra hijita no fuese más que un pedazo de carne caída en no se sabe qué abismo, un fragmento de existencia sin sentido, y no esta blanca y pequeña hostia que nos sobrepasa a todos, una inmensidad de misterio y de amor que nos deslumbraría a todos si le viéramos cara a cara; si cada golpe, cada vez más duro, no fuese una nueva elevación que –a cada instante, cuando nuestro corazón comienza a acostumbrarse, a adaptarse al golpe precedente– representa una nueva exigencia de amor…? Desde la mañana hasta la noche, no pensamos en este sufrimiento como algo que nos es quitado, sino como algo que damos, para no ser menos que este pequeño Cristo que se halla entre nosotros –a él que debe atraernos hacia sí– y para no dejarlo solo sufriendo con Cristo”.
Emmanuel, el pensador católico que anticipó y ayudó a preparar el espíritu ecuménico de la Iglesia en el Concilio Vaticano II; que de algún modo, con su ejemplo y su palabra, contribuyó a hacerla consciente de la necesidad de un diálogo con el mundo; el hombre que testimonió que era posible dialogar y amar a quienes piensan distinto, incluso a quienes profesan otras religiones o no profesan ninguna, permanece hoy como un modelo para muchos que quieren ayudar a preparar el terreno para que las semillas del Reino den fruto abundante.
Su gran honestidad intelectual y su amor a la verdad, atrajeron a muchos pensadores y filósofos de diversas corrientes a las verdades y valores que siempre ha defendido y proclamado el cristianismo; su amplia visión y su todavía más grande alma, intuyeron que, aún desde posturas diversas, era posible trabajar juntos en la edificación de un mundo más humano, más acorde con la dignidad de las personas, y por lo tanto, un mundo más cristiano.
Ignace Lepp, psicólogo, filósofo, teólogo y sacerdote, convertido del más radical marxismo al más puro cristianismo, se refiere a Mounier como a “un santo de nuestro tiempo”, a quien personalmente conoció y admiró: “El director-fundador de la revista “Esprit”, muerto a los cuarenta y cinco años, de agotamiento por exceso de trabajo, es sin duda el cristiano a quien más he admirado. Estoy convencido de que si los hombres de Iglesia tuvieran, como mi amigo el escritor, una cabal comprensión de las exigencias cristianas de nuestra época, la causa de beatificación de Emmanuel Mounier ya se hubiera iniciado. Lo he conocido durante varios años y puedo testimoniar la heroicidad con que ha vivido su fe. Casado, padre de tres hijos, uno gravemente enfermo, se esforzó por ser cristiano al estilo de nuestro tiempo” (Escándalo y consuelo, p. 32, cuyo título original del francés es “Confesiones de un converso”).
(Continuará)