Procuro afinar los oídos del alma con la comunión diaria y la oración cotidiana y personal.
A veces me da por contarte mis vivencias con el buen Dios. Y es que me ocurren a diario tantas cosas maravillosas, en las que experimento su presencia y su amor, que aunque quisiera, no puedo callar.
Una voz interior me repite: “escribe”. Y es lo que hago, escribo de las maravillas del Señor.
¿Crees que la vida es sencilla para mí? Estás equivocado. Tengo cuatro hijos y una bella esposa, pero vivo como tú los afanes de cada día, las preocupaciones, los problemas monetarios.
Por alguna causa, Dios nos ha favorecido con una confianza, pobre, pero creciente. Y aunque la vida no me es sencilla, vivo sumergido en su amor.
Creo que es porque le siento como a mi Padre y le trato igual.
Pido con la ilusión de un hijo.
Espero con la serenidad de un hijo.
Confío, con la confianza de un un hijo que sabe que no será abandonado.
Y Él nunca se hace esperar.
Procuro afinar los oídos del alma con la comunión diaria y la oración cotidiana y personal.
Al principio, cuando empecé a buscarlo, no comprendía muchas cosas de Dios. Con el tiempo el panorama se ha ido aclarando y me parece comprenderlo mejor. Es como si cada día Dios abriera una ventana nueva para que nos asomemos y lo conozcamos un poco más.
Dios es amor. Y cuando empiezas a conocerlo, y vives en su amor, algo dentro de ti te mueve a quererlo más y más. Y a necesitarlo y querer estar a su lado.
Y, en cierta forma, a vivir en Él y por Él.