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Un tratado para la esperanza

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Me gustaría que el control de armamentos, el desarme y la no proliferación, fuese como ese universo que tras la noche recibe a la aurora sonriente.

 

Me gustaría que el control de armamentos, el desarme y la no proliferación, fuese como ese universo que tras la noche recibe a la aurora sonriente. Necesitamos tener esa esperanza en el mundo y esa fe que llevan consigo los poetas cuando injertan libertades en el aire. El resurgir de la paz y el renacer de la vida, no guarda estética con la descontrolada carrera armamentista, tan de moda en este mundo actual. Los humanos derechos, que todos llevamos en la boca pero que nos huele el aliento del mal uso que hacemos de ellos, se defienden con la sabiduría antes que con los artefactos diabólicos.

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Además, por muy anubarrado que esté el cielo y el mar embravecido, siempre vuelve a brillar el sol y siempre vuelve a serenarse el mar. En ese horizonte pacífico y pacificador, encuentro a la ONU con sus afanes y desvelos precisos, deseosa de dar los primeros pasos para elaborar un tratado sobre el comercio de armas. Desde luego, quien se arma hasta los dientes no tiene buenos pensamientos. De entrada, se prepara para la guerra como si no creyese en la paz. Juega con la provocación. Es una manera de sacar pecho y atizar el desafío. Como diciendo: aquí estoy yo. Atmósfera peligrosa en estos tiempos de diversidades enfrentadas que no acaban de mundializarse en la ética.

No puede haber sosiego bajo la pesadilla alocada de esta carrera armamentista. Cualquier observador internacional coincidirá conmigo en que la situación mundial es muy seria. Está siendo muy difícil entendernos y que nos entiendan. El diálogo y la mediación, a poco que entremos en las intenciones, se suspende con el consabido aumento de tensiones y riesgos. Consecuencia de ello, es que todo este encendido clima de agresividad favorece la utilización de las armas. Es un incentivo más. Lo peor de todo es poner al alcance del mundo máquinas destructoras, porque las pondrá en movimiento, aunque sólo sea por capricho. Las armas, en todo caso, son siempre un mal negocio para la vida.

Me parece, pues, que no es saludable para nadie la excesiva militarización de los países, como tampoco el es, a mi juicio, el fácil acceso que hoy día se tienen a las armas por parte de cualquier persona. Habría que poner más límites y mayores vigilancias, sino queremos que se dispare todavía, en mayor medida, la delincuencia organizada y el tiro en la nuca. La paz no se consigue acumulando municiones, explosivos y otros materiales relacionados. Cuando se utilizan suelen estimular desórdenes peores. En suma, creo que el tratado sobre el comercio de armas es tan vital como justo, y tan ecuánime como ineludible, para poner en claro este negocio de ingenio maléfico.