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La presencia de Jesús

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He descubierto a lo largo de los años, lo hermoso que es vivir cercano a Jesús, como un amigo.

 

Me encanta leer la Biblia porque siempre están las palabras adecuadas, esperando por ti. Me ha ocurrido cientos de veces. Cuando tengo una inquietud e ignoro las respuestas, abro mi Biblia y allí, ante mis ojos, aparece lo que yo tanto buscaba.

Recuerdo hace poco que reflexionaba: “Señor, ¿somos en verdad templo del Espíritu Santo?” Me fui con mi Biblia a una capilla cercana a mi casa y la abrí, esperando hallar una respuesta que llenara mi alma. Entonces leí, como si estuviera al lado de Jesús, cuando pronunciaba estas palabras: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra. Y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 22).

Fue sorprendente. Aún nos habla Jesús y podemos escuchar sus maravillosas enseñanzas.

Profundamente conmovido medité sus palabras y antes de partir le dije:

“Señor, yo quiero que permanezcas en mí”.

He descubierto a lo largo de los años, lo hermoso que es vivir cercano a Jesús, como un amigo. Él te cuida y te ayuda en las cosas cotidianas.

Descubrí también, que la Comunión frecuente te fortalece, te llena de Dios, y te convierte en un sagrario vivo, disupuesto a llevar su Amor a los demás.

Un amigo me preguntó qué hacía tanto en misa, porque trato de ir con frecuencia. “Busco la gracia de Dios”, le respondí “y visito a un gran amigo”.

Con la comunión diaria los pecados me duelen más y procuro evitarlos. Vivo con una gran paz interior y siento la presencia viva del buen Dios a lo largo de mi jornada.

Qué sabroso es vivir en su presencia.

Los santos suelen decirnos que Dios habita en el interior del hombre y que podemos encontrarlo en el pobre, el que sufre, el vecino, aquel inválido al que nadie acompaña.

Hemos dejado tan solo a Dios.

Recuerdo con afecto, una visita que realicé a un hogar para ancianos. Cuando salía, una bella ancianita me tomó del brazo y me dijo acongojada:

— ¿Me ayuda a ir a mi casa?

— Será un honor servir a tan bella dama —le respondí.

Ella me sonrió feliz y comentó:

— ¿Sabe?, mi hijo es doctor. Yo me sacrifiqué mucho y le ayudé a ser médico. Pero vive lejos de aquí. Y no puede venir a verme.

Me preguntó si yo tenía hijos, si trabajaba, cuál era mi nombre. Entonces agregó emocionada:

— ¿Sabe?, mi hijo es doctor.