El adviento, esa hermosa y edificante temporada del año litúrgico, nos invita, como cada año, a la preparación para la fiesta, para la venida de Cristo.
El adviento, esa hermosa y edificante temporada del año litúrgico, nos invita, como cada año, a la preparación para la fiesta, para la venida de Cristo. No es propiamente un momento de celebración. Por eso en las coronas usamos velas moradas y en las misas nos abstenemos de cantar el Gloria. Es más bien una oportunidad para la oración más intensa, la reflexión, el trabajo interior, los buenos propósitos, el estrechar o revivir amistades y cariños, sepultar rencores, incluso para la penitencia y el sacrificio. Es época de esperar y practicar la esperanza.
Dice Juan Pablo II en una catequesis sobre el Adviento (1978), que «el cristianismo es el Adviento mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre. Ésta es sencillamente la vida misma del cristianismo.» Toda la vida del cristiano consiste en eso, en prepararse a recibir a Dios en un mundo en el que existen el pecado y el sufrimiento. El Adviento es como una práctica intensiva de la tarea de toda la vida.
Este Adviento de 2006 a los mexicanos nos llega en muy buen momento. Casi coincide con el comienzo de otro sexenio, tiempo de esperanza. Esperanza de cambios benéficos para unos; esperanza de revueltas sociales para otros. Momento en que el gobernador de Oaxaca da por resuelto el problema y los grupos radicales reinician la violencia, el gobierno saliente aumenta los precios de dos productos básicos y la oposición entrante promete seguir promoviendo la anarquía mientras se enriquece a costa de las instituciones. Hay el peligro de que el nuevo gobierno, en su afán por aumentar la competitividad, se olvide de la justicia para los más necesitado, y de que la misma oposición, esgrimiendo esa razón, se empeñen en hacer fracasar cualquier proyecto, perjudicando a todos, sobre todo a los más necesitados. Las propuestas secularizantes (promover el aborto, permitir los matrimonios entre homosexuales, etc…) y la instrucción sexual inmoralizante en la secundaria comienzan a aparecer, como inevitable revancha a las “fuerzas de izquierda”. Es más urgente que nunca que Cristo nazca entre nosotros. Porque Cristo «viene “por causa del pecado”, viene “a pesar del pecado”, viene para quitar el pecado.» (JPII, misma catequesis).
¿Qué se necesita para que México mejore? Justamente lo que recuerda el Adviento. Espíritu de cooperación y de sacrificio, amor por el prójimo, trabajo, reconciliación, don de sí mismo, crecimiento espiritual, mucha oración, acoger a la familia, recibir a Cristo en nuestra vida, que Cristo reine.
Para el santo —que no es mi caso, por supuesto— no existen tiempos buenos y malos. Todo son oportunidades de plantar el Reino de Dios, en condiciones más urgentes o menos urgentes. Dice Benedicto XVI en su homilía de primeras vísperas del primer domingo de Adviento de 2005:
«En cierto sentido, el Señor desea venir siempre a través de nosotros, y llama a la puerta de nuestro corazón: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Esta es la voz del Señor, que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nuestra vida personal. Ésta es la venida del Señor.»
«Esto es lo que queremos aprender de nuevo en el tiempo del Adviento: que el Señor pueda venir a través de nosotros.»
Finalmente, Cristo tiene que venir. Hay que ser de los que lo reciban con gusto.