Apostar por un hombre nuevo, que rechaza cualquier creencia por considerarla un impedimento es, desgraciadamente, denigrar la dignidad humana y ofender al Creador.
Cuenta la Biblia que el demonio, corroído de envidia por la felicidad de Adán y Eva en el paraíso, tomó la forma de serpiente y tentó a la mujer diciéndole: "No moriréis, es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal".
Y parece ser que en eso estamos empeñando nuestra vida. ¿Quién mejor que nosotros, los hombres, sabemos lo que necesitamos?
Necesitamos, es más, tenemos la "obligación" de ser como dioses, de destruir vidas y manipularlas a nuestro antojo y de querer crear. sin Dios.
Dicho de otro modo, la clonación humana terapéutica y reproductiva, los experimentos con células embrionarias, el sacrificio de embriones -vidas humanas- para investigar cómo mejorar la raza, la selección de estos mismos embriones para paliar la enfermedad de un hermano, el aborto, la eutanasia. son demostraciones de que la frase de Nietzsche, "Dios ha muerto..viva el superhombre", rezuma por todos los poros del hombre actual.
Así pues, no tardaremos en darnos cuenta que apostar por un hombre nuevo (¿?), que rechaza cualquier creencia por considerarla un impedimento en su pleno y legítimo desarrollo, un hombre nuevo (¿?) que desea ocupar un lugar "más allá del bien y del mal" es, desgraciadamente, denigrar la dignidad humana y ofender al Creador.
Un Creador que envió a su Hijo a redimir a los hombres y que, para ello, apostó por la vida humana desde su comienzo, porque "no hay mayor poder en el mundo que el de engendrar personas humanas".
"El Hijo de Dios redimió la creación desde la obra más maravillosa de ella, el ser humano. La redención del hombre comenzó desde un estado embrionario.El Hijo de Dios fue un zigoto, un embrión y un feto, antes de juguetear por las calles de Nazaret, predicar en las orillas del mar de Galilea, o morir crucificado en las afueras de Jerusalén. El Hijo de Dios asumió completamente y, sin rebajas, la vocación de ser hombre". (Fragmento del Discurso del Cardenal Darío Castrillón Hoyos,"La medicina hoy a la luz de la Palabra de Dios")