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Navidad es participación

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Navidad es fiesta, es gloria, es ternura, es encuentro, es compartir, es alegría, es convivencia, es oración…

 

Hay un himno que solía rezarse durante el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas (no sé cuándo se descontinuó). En la versión clásica del Salterio, que afortunadamente se sigue editando, todavía aparece. A mí me parece hermosísimo (cuestión de gustos, claro), y describe en forma magistral la indescriptible grandeza del misterio de la Encarnación y la Navidad. Por si ustedes no lo tienen o no lo conocen, se los comparto. Ojalá que lo disfruten igual que yo.

Palabra creadora de cósmicas grandezas,
asgando poderosa la nada del silencio,
inmenso manantial de múltiples bellezas,
eterno resplandor del único misterio.
Palabra que, hecha luz radiante y creadora,
estalla en los abismos eternos de la nada,
llenando los espacios y los tiempos de sonora
sinfonía de ser, de amor y de esperanza.
Palabra mensajera en alas de los vientos,
meciendo cariñosa las aves en su vuelo,
llenando las montañas con rítmicos acentos
de brisas y armonías, de luz, color y ensueños.
Palabra que en delirio de amor inenarrable,
al soplo virginal y ardiente de tu Espíritu,
sin dejar un momento de ser Hijo del Padre,
naciendo de mujer, del hombre se hace hijo.

Navidad es fiesta, es gloria, es ternura, es encuentro, es compartir, es alegría, es convivencia, es oración… pero es sobre todo participación. Para que nosotros algún día podamos participar de la vida y la felicidad de Dios, Dios, en un “delirio de amor inenarrable”, decide participar la nuestra. ¡Feliz participación de la Vida de Dios!