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Que alegría cuando me dijeron

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Que alegría cuando uno va a Misa, pues toda la Trinidad está presente en el sacrificio del altar, el sacrificio de Cristo.


Hay un canto que me produce mucho gozo cuando estamos en Misa y dice "que alegría cuando estamos en la casa del Señor." Realmente me emociona porque me hace sentir que estoy en una fiesta donde soy bien recibido, como cuando llega uno a visitar a los padres en su casa. Lo externo así porque recuerdo cuando visitaba a mi madre, que en paz descanse, aparte de darle gusto, siempre me ofrecía una taza de café, o mi padre me ofrece ya sea una copa con vino o un tequila. Les daba gusto que llegara y me ofrecían lo que me agradaba.

Así era ella y mi padre todavía con cada uno de mis hermanos. Repito, les daba gusto pero también hacían sus recomendaciones sobre en lo que uno andaba mal. Gusto por su alegría, tristeza por sus sugerencias correctivas, pero esa alegría y tristeza eran fruto del amor, pues la alegría se produce al disfrutar la cosa amada y la tristeza que también es fruto del amor, es una pasión del alma que ama, pero que no encuentra o ha perdido el objeto del amor.

Para mí esa es la situación cuando voy a Misa, al entrar a la casa terrena del Padre, quien tiene sentimientos de padre y madre. Alegría porque soy bien recibido y tristeza al no poder comulgar por haber fallado. Alegría al asistir a Misa porque puedo amar y poseer lo que amo, es decir, amo a Dios y lo poseo cuando participo en la Eucaristía, y tristeza, cuando no puedo poseerlo porque he amado lo que perderé pronto, pero aún así, ante esa tristeza, recibo del amor del Padre su compasiva misericordia ante mi miseria, la benignidad de su justicia, dándome oportunidad de poseerlo si me arrepiento.

Así, como cuando llego a casa de mis padres y me ofrecen un presente como fruto del amor por mí; en la casa terrena del Padre, Dios me ofrece también un presente, se me ofrece Él como presente, pero más que como fruto de su amor, sino como el mismo Amor.

Que alegría cuando uno va a Misa, pues toda la Trinidad está presente en el sacrificio del altar, el sacrificio de Cristo, a quien no hay alma que no le haya interesado, pues cada una de ellas le ha costado el precio de su sangre, ofrecido al Padre con la cooperación del Espíritu Santo: oblación de valor infinito, que eterniza en nosotros la Redención. Las tres Personas unidas en su amor dándose a nosotros, a cada cual en lo individual. Es un amor tan grande pues en cuanto mayor es el amor, tanto más grande es la capacidad de alegría, la posesión será íntima y por lo tanto, embriagadora la alegría.

A veces nos preguntamos cómo podemos corresponder a tanto amor de Dios, pero es fácil, como dijo san José María Escrivá: "Está al alcance de todos los fieles y es: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa tratar a Dios, porque en ese Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros. corresponder a tanto amor exige de nosotros una entrega total, del cuerpo y del alma: oímos a Dios, le hablamos, lo vemos, lo gustamos. en este encuentro personal con Dios: adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los cristianos" (Cf. Cristo que pasa. Nº. 86-88)

Amar y poseer al Señor, esa es la alegría del cristiano.