Hay que aprender a jugar juntos. Hay mucho que hacer en este mundo para que además nos excluyamos solo por el género.
Desde finales del siglo XIX, en que las primeras feministas luchaban por el derecho al voto, las mujeres hemos alcanzado muchas reivindicaciones luchando contra un mundo de hombres. Hoy hacemos todo lo que hace un hombre, pero lo hacemos como lo haría una mujer. Ya es hora de dejar atrás el ineficaz esquema de competencia entre hombre y mujer, donde forzosamente uno gana y solo si el otro pierde. Hay que aprender a jugar con un esquema más inteligente: ganar los dos.
Este juego no se reduce al matrimonio, institución natural que quizás por sí misma pone de manifiesto, que el éxito del mismo, depende de que ambos busquen el triunfo del otro. La relación de colaboración entre hombre y mujer puede y debe aplicarse a todas las realidades de la vida. Aunque parece increíble, todavía existen empresas que no admiten mujeres en el staff directivo o en el área de planeación estratégica; o instituciones políticas como ciertas monarquías en las que el derecho de sucesión sigue ligado al sexo masculino, o auditorios religiosos en los que se excluye a la mujer, solo por serlo.
Hay que aprender a jugar juntos. Hay mucho que hacer en este mundo para que además nos excluyamos solo por el género. En este juego que nos presenta la vida hay dos reglas claves para que logremos éxito:
1. Conocerse y admirarse mutuamente
2. Definir juntos la meta
1. Conocerse y admirarse mutuamente
La ciencia tiene aún un largo recorrido hasta que vaya desentrañando las consecuencias de estas diferencias. No es anecdótico que los cerebros de hombre y mujer sean de distinto tamaño, o que la mujer cuente con un sistema hormonal más complejo que el masculino. Diferencias reales, que lejos de marcar distancia, se convierten en oportunidades si ambos sexos se descubren en su riqueza, se admiran.
Nada de creencias de superioridad de un sexo sobre el otro. Quien las tiene es porque se conoce poco, y menos al otro (o a la otra). La admiración de un sexo por el otro es fundamental en la relación entre ambos. Bien afirmaba William James que el principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado. Por ello la naturaleza, ha puesto en la raza humana, una natural atracción entre ambos sexos, que puede y debe de crecer con el conocimiento mutuo.
A la vez que admiramos las diferencias que se descubren en el otro, hay que evitar caer en posturas rígidas que encasillan a ambas personalidades: el hombre es más inteligente que la mujer, la mujer es más detallista que el hombre, el hombre es menos sensible, etc. Al final al cabo, ambos por el solo hecho de ser seres humanos, y por lo tanto seres libres, y seres culturales, somos hijos de un tiempo, de una cultura y una educación. Ni la sensibilidad es una propiedad exclusiva de la mujer, ni la fortaleza del sexo masculino.
2. Definir juntos la meta
La vida humana es un recorrido. Hay que decidir a dónde queremos llegar. El triunfo es más seguro si somos ambos sexos quienes lo buscamos, y ponemos lo mejor de cada uno, al servicio del mismo. Bien puede ser la educación de un hijo, una aventura comercial, una expedición, el ejercicio de servicio público, de un acto de gobierno o de una investigación científica. Cada sexo puede aportar sus fortalezas en orden a la meta. El resultado será más completo, rápido y posiblemente más gratificante para ambos y los beneficiados del mismo.
Es la hora de que ganemos ambos sexos. Es hora de colaborar. Tengamos la humildad suficiente para saber que nos podemos ayudar. Quizás hasta ahora, como decía Robert Kennedy, nos hemos centrado en ver las cosas y preguntar cómo son y ¿Por qué son así?, y puede ser que deba de llegar ya la ocasión, en que soñemos con lo que aún no existe, y nos preguntemos ¿Por qué no?.